El autobús nos trajo ayer una caja de duraznos del Potrero. Quiero decir que nos trajo una brizna del paraíso terrenal.
En la labor de Los Coyotes crecen los durazneros. Son gozo para la vista en primavera, cuando pintan de rosa todo el huerto. Y luego, en el verano, son regalo para el tacto, el gusto y el olfato, que se deleitan ávidamente en la dulcedumbre y aroma de este fruto cuya leve pelusa y redondeces evocan la suavidad de la mujer.
Muerdo un durazno con fruición pagana, y mi mano recoge el jugo que escapa por la comisura de mis labios. Así recoge la patena la migaja que se desprende de la hostia. En esa migaja late el espíritu de Dios. También late el espíritu divino en el perfume y dulzura del durazno, que tiene formas femeninas y rojo y encendido corazón.
¡Hasta mañana!...