Yo amo las cosas viejas, ésas se vuelven tan costosas cuando se gradúan de antigüedades.
Es un lugar común decir que nadie entiende a las mujeres. Pero es cierto. Ante el misterio femenino el varón ha estado siempre turulato. Sin embargo una bella descripción de la mujer me la dio un abanico del siglo antepasado.
Disimulado entre las varillas, ese abanico tiene un espejito diminuto que su dueña podía usar, inadvertida, para mirar sin ser notada lo que quería ver. Para mirar sobre todo -me imagino- si alguien la estaba mirando.
Se supone que las cosas no hablan.
Yo creo que dicen mucho a quien las sabe oír.
¡Hasta mañana!...