Desde el alto altar, Nuestra Señora de la Soledad llora su soledad en Tlaquepaque.
El templo es pequeñito, y sin embargo tiene rango de basílica. Ahí me encuentro a San Lorenzo con la férrea parrilla en que fue asado sin términos medios. Me encuentro ahí a San Estanislao, que sólo necesitó 18 años para llegar de Roma al Cielo.
Me conmuevo al mirar un cuadro perdido en una nave lateral. Representa el tránsito de San José, que es lo mismo que decir su muerte. Con ternura Jesús toma en los brazos al padre que agoniza. La Virgen le muestra el paraíso, abierto para él porque acató el milagro con limpio corazón. Y atrás -detalle encantador- un consternado angelito ofrece al enfermo un plato con sopa, y un mexicano pan.
Una lección me enseña esa pintura de pintor de pueblo: no hay separación entre las cosas del cielo y de la tierra. Un ángel que da pan, y una mujer que muestra las alturas, son notas del mismo Amor que todo lo llena, y que se deja llenar también por lo humano.
¡Hasta mañana!..
