El panadero del pueblo le pidió a San Virila que hiciera algún milagro. Sonrió el frailecito, levantó su mano, y todos los panes de la panadería se volvieron flores.
Boquiabierto y asombrado quedó el panadero. Pero su asombro y su estupefacción fueron mayores cuando San Virila hizo otro movimiento, y todas las flores de la plaza se volvieron panes. Le explicó el humilde santo:
-En el mundo, hermano, debe haber panes y flores. Aquéllos son alimento para el cuerpo; éstas son bellezas para nutrir el alma. A ningún hombre ha de faltarle nunca la comida y la belleza. A nadie ha de faltarle nunca un pan y una flor.
Así dijo San Virila, y regresó luego a su convento a llevar a sus hermanos pan y flores.
¡Hasta mañana!...