El creyente le preguntó al incrédulo:
-¿Crees en Dios?
El incrédulo contestó lisa y llanamente:
-No.
Entonces el creyente le agarró un brazo al incrédulo y se lo torció.
-¿Crees ahora en Dios? -le preguntó.
No -dijo el incrédulo.
El creyente siguió torciéndole el brazo hasta que el incrédulo no pudo soportar el dolor.
-¿Ahora crees en Dios?
-¡Sí, sí!
Lo soltó entonces el creyente, y elevando los ojos al cielo dijo con expresión devota:
-¡Gracias, Dios mío! ¡Otro converso!
¡Hasta mañana!...