Si Mozart -ese otro Dios- hubiera creado el mundo, seguramente lo habría hecho como se ve hoy, domingo recién llovido y claro, unánime cristal.
Estoy en la montaña que amo y sé que me ama, porque un amor como el que yo le guardo tiene que ser correspondido. Subí despacio por la vereda y llegué al sitio donde los pinos se abren y hay una hondonada pequeñita que recoge las aguas de la lluvia. Veo en la tierra humedecida las huellas que dejó el paso de un venado, y escucho al pajarillo presuroso que con su canto fabricó su nombre: tildío.
Quedó lejana la ciudad, y quedó lejos ese lejano yo que no soy yo. Aquí estoy. Aquí estamos: cielo, montaña, nubes, agua de lluvia, tierra, pinos y bestezuelas, una más yo entre ellas. Alguna vez yo ya no seré, y ellas seguirán siendo todavía. Quizá yo seré en ellas, y en ellas estaré como estoy ahora, en la común fraternidad de todo lo que existe.
¡Hasta mañana!...