A mis nogales se les caen las hojas de vergüenza.
Me apena verlos así, tan apenados. Y es que este año no nos dieron nueces. No sé qué sucedió, y seguramente tampoco ellos lo saben. Quizás alguna estrella se apagó en el cosmos, y ese eclipse lejano mató en flor la promesa del esperado fruto.
Yo voy a mis nogales y les dijo que no pasen apuro. Tantas cosas por ellos han pasado, de heladas y sequías, de vientos y de rayos, y ellos están ahí, buenos amigos, y jamás se van. Con que nos hayan dado su sombra y su belleza está saldada la pequeña cuenta que tienen con nosotros, que tan poco les damos a cambio de lo mucho que nos dan.
Vendrá otro año, y otra estrella se encenderá en el infinito. Entonces nuestros nogales volverán a dar nueces, como siempre. Habrá alborozo en los niños, los pájaros y las ardillas; a la cocina regresará el aroma de la “nogada de nuez” que dicen las mujeres del Potrero; y yo tendré en mi mano nuevamente, en una sola nuez, toda la eternidad del universo.
¡Hasta mañana!...