Hay en el cementerio de Ábrego una tumba. El viento que sopla en los otoños lleva por las calles del pueblo sus palabras:
“... A nadie amé en la vida, y no dejé que alguien me amara. Por egoísmo viví solo, y morí solo también, porque la soledad es el único fruto que el egoísmo da.
“No visiten mi tumba, la de las flores grises. Aquí no llegan ni los pájaros, y hasta la luz del sol se vuelve opaca al dar por las mañanas en su losa. No se acerquen: todavía hay en mí sombras de egoísmo, y pueden oscurecer las luces del amor que hay en ustedes, y que adivino sin poder sentirlo...”.
Hay en el cementerio de Ábrego una tumba. Nos dice que la muerte es cosa triste cuando aquél que murió no tuvo vida.
¡Hasta mañana!...