¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, la vez que me estiraste la pernera del pantalón para que te siguiera hasta el solar trasero de la casa? Ahí me mostraste un conejito que temblaba, asustado, entre las hierbas.
No sé cómo se pudo contener tu instinto letal de cazador. Viste indefenso al gazapito, y en vez de hacerle daño me llamaste para que lo auxiliara. Me quedé cerca por si llegaba el gato -tan diferente a ti-, y no pasó mucho tiempo sin que acudiera la madre del pequeño a llevarlo con ella.
Ahora que ya no estás, mi Terry, hago recuerdos tuyos, y otra vez estás. Acompáñame siempre: quien ha tenido un perro como tú no quiere que se vaya, aunque ya se haya ido. Sigue conmigo, Terry, y que tu sombra vaya con mi sombra igual que íbamos antes -¿lo recuerdas?- bajo el azul del cielo y bajo el sol.
¡Hasta mañana!...