Hay en mi vida una sonrisa nueva. Se llama Daniela, y es mi nieta más pequeña, la número once. La número uno en el segundo misterio, misterio gozoso, de mi felicidad.
Con perfecto compás suele la vida dibujar sus círculos: mi nieta menor es hijita de mi hijo mayor. La miro en brazos de su madre Lucy, bella muchacha llena de verdad y fe, y veo en ella -en ellas- el amor de Dios.
Bien vengas, niña mía, precioso regalo de la vida. Por ti la mía tiene ahora un luminoso resplandor. Bajo su luz tu abuelo escribe esto para ti. Alguna vez tus ojos pasarán por mis palabras. Quizá ya habré pasado yo por todas las palabras, y no estaré contigo. Pero en tu corazón latirá mi corazón, y en tu vida se encontrará mi vida, porque los nietos nos dan a los abuelos el don de la inmortalidad.
¡Hasta mañana!...