Recuerdo aquella cena de fin de año. Mi amigo John O’Boyle se levantó para brindar, y dijo alzando en alto su copa de champaña:
-Por que nuestros problemas duren lo mismo que nuestros propósitos de año nuevo.
En el Potrero las mujeres crían en sus macetas una flor bella y pequeñita. Se llama “amor de un rato”. Abre sus pétalos por la mañana, cuando aparece el sol, y apenas ha empezado a calentar los cierra otra vez hasta el siguiente día, como si no quisiera que su belleza se gastara.
Flor de un rato son también, casi siempre, las promesas que hacemos al empezar un nuevo año. Cuando comience el que se acerca ya me haré un propósito. Ese propósito será no formular propósitos. Me obligaré a mí mismo, sí, a llevar a cabo alguna acción de bien. Por mínima que sea, esa cumplida acción será mejor que un gran propósito que no se cumple.
¡Hasta mañana!...
