En el invierno de la conquista la Virgen de Guadalupe dio a su pueblo las rosas del consuelo. Ésa es misión de madre: consolar.
Se quedó para siempre con nosotros en la pintura hermosa. Ésa es misión de madre: estar al lado siempre de sus hijos.
Al paso de los años nos ha perdonado agravios, olvidos, desamor... Esa es misión de madre: perdonar.
Y ahora, en medio de este otro invierno desesperado, desesperanzado, la Morena del Tepeyac escucha la voz dolorida de su pueblo y le mantiene viva la esperanza. Ésa es misión de madre: esperar contra toda esperanza, y dar esperanza a aquél que la perdió.
En todo mexicano hay un guadalupano. Quizá no todos quieran ser sus hijos. Otros no merecemos serlo. Pero ella es Madre para todos, y sobre todos tiende su manto hecho con flores que nunca dejan de florecer y con estrellas que nunca dejan de brillar.
¡Hasta mañana!...