En un rincón del nacimiento, tras el portal donde el Niño vendrá al mundo, está la cueva del ermitaño orante. Sobre la gruta acecha al devoto varón un diablo de torcidos cuernos y retorcida cola. En los nacimientos mexicanos las figuras del eremita y el demonio son siempre inseparables.
Frente al pesebre del Dios Niño un pastor y una pastora se toman de la mano y miran arrobados el prodigio. Ahí no está el espíritu maligno. Ahí está un santo espíritu de vida: el espíritu santo del amor.
¡Cuántas cosas me dice este pequeño nacimiento de musgo, paja y heno, con ingenuas figuras hechas -como yo- de barro! Me acerco a él como a un libro abierto, y escucho en su silencio sabidurías ocultas. Ante la humildad del portal me reconozco humilde, y grande me reconozco frente a su grandeza.
¡Hasta mañana!...