Estos buñuelos son leves como el aire y frágiles como la vida. Te los llevas a la boca y sientes sólo una vaga insinuación de dulcedumbre.
Las mujeres que hicieron este prodigio grácil pusieron en él sabiduría de siglos. Amasaron la harina con agua en que durmieron un rabito de calabaza, un poco de tequesquite y la tela de dos o tres tomates de frezadilla. Por esa alquimia misteriosa la masa del buñuelo se extiende en las rodillas mujeriles hasta alcanzar la transparencia de la luz.
Estos buñuelos son casi azúcar, casi canela, casi pan. Y son casi recuerdo: saben a niñez. Cuando los pruebo soy otra vez el que ya no soy, y vuelven a estar conmigo los que se fueron ya.
Loado sea el Señor por estos buñuelos milagrosos. Sin ellos la Navidad no sería Navidad.
¡Hasta mañana!...
