Arrobados, los pastores contemplan el prodigio: la bóveda del cielo se ha llenado con un coro de mariposas blancas y sonoras: son ángeles que anuncian la llegada de Dios al mundo de los hombres.
Un solo pastor no mira todo aquello. Es Bartolo. Tendido a la bartola duerme profundamente en aquella noche que tuvo luz de día.
En un rincón del nacimiento de musgo, paja y heno, un diablillo asoma, inofensivo, entre las llamas de un infierno de papel celofán rojo, y hace una mueca de disgusto al ver al Niño.
Yo pienso que es más temible aquel pastor dormido que este diablo despierto. El mal amenaza al bien, es cierto, pero tiene en la indiferencia su mayor aliado.
De los bartolos líbrame, Señor, que de los diablos yo me cuidaré.
¡Hasta mañana!..