Nacional Salario mínimo Seguridad Narcotráfico Generación Z Pensión Bienestar

Mirando a fondo

Víctor G. González Avelar

CONOCÍ A DON ANDRÉS en 1982 cuando fui electo Diputado Federal a la LII Legislatura y me trasladé a la Ciudad de México. En esa Legislatura él era Senador de la República por su estado natal y presidente de la Comisión de Cultura del propio Senado. Desde el principio puedo decir que hubo buena química entre nosotros. Mi hermano Miguel, entonces senador y líder del Senado, me invitaba en ocasiones a ceremonias en las cuales podía reencontrarme y platicar con el gran oaxaqueño.

ASÍ NACIÓ UNA AMISTAD con la cual me distinguió Don Andrés hasta su muerte. El 9 de julio de 1988 me honró dedicándome un generoso artículo sobre mis trabajos de pintura que exponía en la Casa de la Cultura Reyes Heroles en Coyoacán. Muy seguido me invitaba para que lo acompañara a su tierra, muy especialmente a las fiestas y homenajes que todos los sectores de la Vieja Antequera le organizaban. Estuve varias veces en su casa-biblioteca de Tlacochahuaya, pueblecito por el que tenía especial predilección, por haber sido el refugio en el siglo XVI de su admirado filólogo, un modesto religioso que hizo mucho por los indígenas y su cultura, el Padre Durán.

DURANTE MÁS DE 20 años tuve el privilegio de convivir con él los desayunos de los sábados. En esas convivencias, el Maestro compartía con el variado y complejo grupo de contertulios sus conocimientos. Había abogados, médicos, escultores, pintores, escritores, poetas, pero eso sí, todos originarios de Oaxaca. El único no nacido en aquel estado era yo, pero con broma me decía Don Andrés: “Tú eres adoptado”.

PARA MÍ Y EN LO PERSONAL, cada sábado era una gran oportunidad, pues me daba la gran ocasión de escucharlo, aprender y conocer las más variadas ideas que con su enorme inteligente y chispeante plática regaba sobre aquella mesa. Se hablaba de todo: de política, de su vida antes de llegar a la Ciudad de México, de su madre, de su pobre niñez, de sus proyectos de vida y de los literarios, de su salud por cierto muy fuerte en aquellos años, de su esposa Alfa, de su hija Cibeles y después de sus nietos. Nos comentaba sobre los libros que había leído y sobre los que quería leer. Al final de la tertulia salía rumbo a La Lagunilla siempre acompañado por su biógrafo autorizado, gran recopilador y glosador de la obra henestriciana, Adán Cruz, en busca de alguna joyita de librería que pudiera encontrar y las que formaron parte de los cuarenta mil volúmenes con que formó su biblioteca.

LAS TERTULIAS SABATINAS empezaron en el Sanbonr’s de los Azulejos, pero la distancia hizo que las cambiara a La Tasca Manolo en calle de la Paz en San Angelín. Después nos trasladó al Restaurante “La Cacerola” sobre Insurgentes Sur cerca de la avenida Vito Alessio Robles. En otra ocasión nos fuimos al Centro Libanés y los últimos cinco años nos reuníamos en el restaurante del Hotel “El Diplomático, frente al Parque Hundido.

TUVE EL PRIVILEGIO que Don Andrés me invitara a la ceremonia organizada por el Senado de la República, en la cual se le otorgó la presea “Belisario Domínguez” como reconocimiento a toda una vida dedicada al servicio de la cultura y defensa de las lenguas y cultura indígena.

EN UNA CEREMONIA realizada en su honor y cuando cumplió 99 años, nos dijo: “Espero verlos a ustedes por aquí dentro de diez años, cuando haya cumplido los cien, pues yo no tengo planes de morirme, y sé cumplir mi palabra.

EL AÑO DE 2006 el gran oaxaqueño cumplió su palabra. En una gran “Vela” la de San Andrés, organizada por su hija Cibeles cuando cumplió los 100 años, a la que concurrieron más de 1,500 invitados y la crema y la nata de la intelectualidad de México; en los señoriales patios y corredores del Ex-Convento de San Hipólito fundado por Hernán Cortes, rodeado de todos los que lo queríamos, en medio de la alegría de bandas mijes, zapotecas, orquestas, cantadores y cientos de mujeres que lucían sus hermosos, floreados y dorados trajes tehuanos nos dijo: “Señores he cumplido mi palabra dada hace 10 años, aquí estoy ahora a los cien años y les advierto que no tengo todavía planes para morirme”.

ASÍ ERA DON ANDRÉS, una verdadera leyenda viviente que supo tomar la vida por el cuello y la hizo como quiso. Pero no es posible que en unas cuantas líneas pueda rememorar 25 años de convivencia. Esto será en otra ocasión cuando nuevamente me ocupe de un hombre universal que inundó a su querida Oaxaca y a México con la luz de su pensamiento.

Comentarios: gaasoc@hotmail.com

Leer más de Nacional

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Nacional

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 325245

elsiglo.mx