¿Qué puede decir la novela que no pueda decirse de ninguna otra manera? La pregunta es de Hermann Broch. ¿Qué une a escritores tan diversos como Grass, Styron, Roth, Vargas Llosa, Coetzee o Fuentes, qué permite hablar de una Weltliteratur, una literatura mundial soñada por Goethe? Fuentes nos da su respuesta en un libro muy peculiar de confesiones personales, En Esto Creo. Lo primero es encontrar un territorio situado más allá de las nacionalidades, un territorio en que se desvanecen las fronteras construidas por la diversidad de costumbres, de hábitos, de culturas. Es en ese territorio común donde aflora la entraña misma del ser humano, su constitución interna que abarca todas las latitudes.
Sólo así podemos hablar de una literatura mundial. Rayuela de Cortazar es un laberinto de argentinismos que sin embargo importan poco a la hora de seguir los pasos emocionales de la Maga. Entre Héroes y Tumbas de Ernesto Sábato transcurre en una Argentina que muy poco tiene que ver con la de Cortazar, pero sus mapas humanos serán útiles incluso para los lectores escandinavos preocupados por el sufrimiento. La imaginación y el lenguaje, son ellos los que permiten distinguir a la novela de la información periodística, científica, política o filosófica. Es la respuesta de Fuentes a Broch “le dan una realidad verbal a la parte no escrita del mundo”. Es esa realidad verbal que atrapa al escritor porque piensa que nadie ha pronunciado ciertas palabras, para ciertas situaciones. Hay algo de vanidad por romper el silencio y no morir “mudos e infelices” dice Fuentes. Ese acto de subversión en contra del lenguaje establecido, repetido una y mil veces, desgastado, vacío, que ya no sirve para nada, lenguaje que renueva las energías del escritor y del lector.
La novela -ha dicho Fuentes- no sólo refleja una realidad sino que crea una realidad que antes no estaba allí. Quizá el caso más evidente sea Don Quijote, que aunque cabalga por La Mancha, en realidad recorre un territorio universal. Así la verdadera novela, la que pertenece a la literatura mundial de Goehte, va más allá de de la recuperación de lo particular. Emma Bovary camina por las calles de París, deambula por Francia y sin embargo, al final del día poco importa cómo eran sus atuendos. Nunca olvidaremos sin embargo la emoción de la infidelidad, la traición que rasgó su vida, la pasión amorosa que lleva a la muerte. Leopold Bloom, ese gran personaje de Joyce, desmenuza Dublín y en las 24 horas de su interminable día nos guía por las calles, los parques, nos describe edificios, la gran biblioteca, castillos, lo que sea. En Dublín algunos turistas lo llevan bajo el brazo, buscan re-vivir Dublineses. No llevan el ejemplar en sustitución de una guía Michelin.
La búsqueda de una identidad que tanto mueve a los escritores es un paso previo a la literatura mundial. Faulkner desnudó el sur estadounidense pero hoy El Sonido y la Furia se lee por la desgarradora condición humana que delata. El interminable entierro de Evita Perón logrado por Tomas Eloy Martínez es la sangrante radiografía de la locura colectiva de la cual nadie está exento. “La novela es la re-introducción del ser humano en la historia” ha dicho Fuentes. “En una gran novela, el sujeto es presentado de nuevo a su destino y su destino es la suma de su experiencia: fatal y libre”. No hay novela sin historia pero la gran novela nos cuenta otras historias. Pensemos en Los Miserables, por supuesto que hay una cronología, una línea conductora, por supuesto que hay descripciones puntuales de la Francia del XIX, incluso de los materiales y fechas de construcción de algunos de los puentes de París, pero Víctor Hugo vive hoy por ese fantástico mapa de la geografía humana que no tiene fecha de caducidad.
“Mi nombre es Ixca Cienfuegos. Nací y vivo en México DF. Esto no es tan grave. En México no hay tragedia: todo se vuelve afrenta”. Hace exactamente medio siglo se publicó por primera vez La Región Más Transparente. El joven y poco conocido escritor Carlos Fuentes sacudió con su obra a la sociedad mexicana. “Afrenta esta sangre que me punza como filo de maguey. Afrenta, mi parálisis desenfrenada que todas las auroras tiñen de coágulos. Y mi eterno salto mortal hacia mañana”. La novela presentaba un recorrido desgarrador por la primera mitad de un siglo marcada por la revolución maderista, por los levantamientos de Zapata, de Villa, Obregón y por supuesto Carranza. Un inicio de siglo troquelado por la traición y la sangre.
Pero no era otra novela sobre la Revolución, sino sobre una sociedad que buscaba encontrarse a sí misma. Con latifundistas, con incipientes clases medias, con grupos que se pretendían herederos de la aristocracia mexicana que en realidad poco tenía detrás. Los personajes son muchos y cruzan de arriba a abajo a nuestra sociedad. Cabarets, prostíbulos pero también los salones de la “alta sociedad”. La recuperación del lenguaje coloquial es un retrato por sí mismo de gran valor. Pero la novela va más allá del costumbrismo, más allá de propiciar el desfile de una serie de personajes que van por la pasarela desnudos, mostrando sus ambiciones sin fin, sus debilidades que antes estaban ocultas. Por eso fue que La Región más Transparente sacudió a los lectores mexicanos. Era un espejo incómodo.
Pero su valor literario fue creciendo con el paso del tiempo. Allí estaba la revolución con todas sus contrahechuras, allí estaban los personajes convertidos en símbolos, pero fue la ciudad misma la que cobró vida. Ahí el artificio literario que llevó a la novela a la literatura mundial. Ni mudos ni infelices, gracias a la literatura, a Fuentes.