El día 8 de marzo está dedicado a las mujeres, quienes a lo largo de la historia han resistido el embate de las injusticias sociales y religiosas; incluya los tiempos modernos, en que aún no reconocemos, por completo, sus derechos de igualdad para las oportunidades, aunque muchas de ellas destaquen ventajosamente entre los hombres por sus sobradas capacidades humanas, venciendo resistencias retrógradas.
Las mujeres, hoy día, ocupan espacios que en otros tiempos les fueron negados, aún y la politiquería de “otorgarles” el derecho de “igualdad de oportunidades”, que de no haberlo hecho, se lo hubieran tomado por sí mismas.
Su fortaleza es grande, más allá del desafortunado calificativo de “sexo débil”, que ahora refutan mostrando evidencias en contrario.
En el año de 1995, en la Conferencia Mundial Sobre la Mujer, organizada por la ONU, se lanzó por primera vez una definición de género: “Se refiere a las relaciones entre mujeres y hombres basadas en roles definidos socialmente que se asignan a uno u otro sexo”. La confusión fue tal que debió aclararse: “El sentido del término ‘género’ ha evolucionado, diferenciándose de la palabra sexo para expresar la realidad de que la situación y los roles de la mujer y del hombre son construcciones sujetas a cambio”. Resultado: mayor desconcierto.
Lo concreto: hoy se acepta que las diferencias entre varones y mujeres están constituidas por elementos anatómicos y fisiológicos, además por particularidades psicológicas y su especial sensibilidad, reflejada en tareas asignadas por influencias sociales, que en culturas diversas les han otorgado roles injustos, casi de esclavitud.
Tal vez ese menosprecio a la identidad vino con la especialización de las labores en los pueblos primitivos y de ahí, la misma mitología y la documentación rescatada de la historia nos muestra cómo, a través de los tiempos, la supuesta supremacía del hombre fue impuesta hasta hacerla pasar como algo natural. Ejemplos vergonzantes sobran; le comparto sólo algunos:
En las leyes de Manu, el libro sagrado de la India dice: “Aunque la conducta del esposo sea censurable, aunque éste se dé a otros amores, la mujer virtuosa debe reverenciarlo como a un dios. Durante la infancia, una mujer debe depender de su padre, al casarse de su esposo y, si el mismo muere, de sus hijos y si no lo tiene, de su soberano. Una mujer nunca debe gobernarse a sí misma”.
La Constitución sumeria, ordenaba que: “La mujer que se niegue al deber conyugal deberá ser tirada al río”.
Zaratustra decía: “La mujer debe venerar el hombre como a un dios. Toda mañana, por nueve veces consecutivas, ella debe arrodillarse a los pies del esposo y, de brazos cruzados, preguntarle: Señor, ¿qué desea usted que haga?”.
Con los años, siguieron aportándose ideas de inferioridad; los atenienses, con Pericles: “Las mujeres, los esclavos y los extranjeros no son ciudadanos”. Aristóteles: “La naturaleza sólo hace mujeres cuando no puede hacer hombres. La mujer es, por lo tanto, un hombre inferior”.
El oriental Confucio declaraba: “La mujer es de lo más corrupto y corruptible que hay en el mundo”.
El Corán aporta lo suyo: “Los hombres están sobre las mujeres porque Alá les otorgó la primacía sobre ellas. Por lo tanto, da a los varones el doble que le des a las mujeres. Los esposos que sufran la desobediencia de sus mujeres pueden castigarlas: desde dejarlas solas en sus camas, hasta incluso golpearlas. No legó al hombre mayor calamidad que la mujer”.
Para el siglo XIV, Petrarca declamaba: “Enemigo de la paz, fuente de inquietud, causa de riñas que destruyen toda tranquilidad, la mujer es el propio diablo”. Y Lutero también opinaba: “El peor adorno que una mujer puede pretender tener es ser sabia”.
Enrique VIII también declaraba: “Los niños, los idiotas, los locos y las mujeres, no pueden y no tienen capacidad para efectuar negocios”. Y Rousseau, en el siglo XVIII decía: “Mientras haya hombres sensatos sobre la tierra, las mujeres letradas morirán solteras”. Hegel, el filósofo, también opinó: “La mujer puede ser educada, mas su mente no es adecuada para las ciencias más elevadas, como la filosofía y algunas artes”.
El colmo, un Manual de Buenas Costumbres, de la Francia del siglo XIX recomendaba: “Cuando un hombre sea reprendido en público por una mujer, él tiene derecho a derribarla de un puñetazo, darle un puntapié y romperle la nariz para que así, desfigurada, no se deje ver, avergonzada de su cara. Y esto es bien merecido, por dirigirse al hombre con maldad en el lenguaje usado”.
Como puede leer, estamos en deuda con ellas; reconocer su valía, que es de justicia, representa lo mínimo en el día, mes y espero nueva era del reconocimiento a la mujer, en esta Sociedad del Conocimiento.
Espero logremos terminar con las diferencias y alcancemos la igualdad. ¿Qué piensa?
ydarwich@ual.mx