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Museo de Arte Contemporáneo

Adela Celorio

A Enriqueta Ochoa que ya está en el cielo de los poetas.

Bien abrigadita para desafiar el frío, y psicológicamente acorazada para el terror que me provoca la velocidad supersónica a la que me mueve mi amiga Yeyé Romo, a la hora de montar en mi escoba para volar a Torreón, Durango y anexas, me informaron que había sido pospuesta. Estoy desolada, pero no pienso decírselo a nadie porque me parece ilegítimo usurpar la queja de quienes tienen de verdad tantísimas razones para lamentarse, como por ejemplo, quienes en la temporada obsequiosa que se avecina, carecerán aún de lo necesario, en medio de una sociedad que crisis o no, insistirá en echar la casa por la ventana. “Les propongo que en lugar de regalos, intercambiemos cartas de amor” dije a mi familia, pero ni quien me pelara. Parece que tardaremos todavía un poco en asumir la crisis. Pero como ya dije antes, nada de quejas, antes al contrario, me he propuesto que cada nota de este diciembre, lleve una buena nueva, ya que es la única forma que tengo de obsequiar y agradecer a los lectores su paciencia.

La primera buena nueva es la reciente inauguración del ultramoderno Museo Universitario de Arte Contemporáneo. La apertura de un nuevo museo en este momento, es un acto de fe y de esperanza. Visitar cualquier domingo el Centro Cultural de la UNAM, es acceder a otro México donde miles de jóvenes se reúnen convocados por esa caja de música que es la Sala Netzahualcóyotl, y por los incipientes actores que a falta de mejores espacios, presentan sus obras al aire libre frente a un público que sentado en el piso, atiende y aplaude respetuoso. La cafetería que ocupa la terraza central (baratísima por cierto) se llena de la gente que decide respirar los buenos aires de este espacio donde todas las sorpresas son posibles, y la espera para acceder a los espectáculos –a precios verdaderamente risibles- es sobradamente recompensada.

Confieso que me resultó difícil seguir camino sin dejarme tentar por el canto de las sirenas que me hubieran desviado del objetivo que era conocer el recién inaugurado Museo. Tuve que hacer acopio de concentración para seguir los senderos que separan las pesadas moles grises del Centro Cultural de la UNAM, hasta encontrar el posmoderno edificio de cristal, que diseñado por el arquitecto Teodoro González de León, alberga temporalmente una propuesta inaugural desoladora. Por supuesto que no me atreví a expresarlo así entre los sesudos y cultos universitarios que hablaban de “modalidades epistemológicas”, “afectos públicos” y cosas así, mientras yo los escuchaba procurando poner cara de conocedora; pero la verdad es que después de ver las monumentales piezas que integran la exposición: instalaciones, fotografías, cine, video; reflejo todo de la violencia, manipulación de los medios y el caos en que se ha convertido el mundo, tuve la sensación de que el Apocalipsis me había alcanzado. Definitivamente el arte contemporáneo no es lo mío, y si no fuera por las jóvenes parejas que abrazaditas, entre un beso y el siguiente, descubren, aprenden, juegan y celebran la vida, si no fuera porque el museo todo de cristal permite permanecer en contacto con el paisaje volcánico de la UNAM, si no fuera porque la labor del arte es hacernos reflexionar sobre nuestra realidad, y ayudarnos a entender que si el mundo no es bueno, sólo nosotros podemos cambiarlo... Si no fuera por todo eso, diría como Monsiváis que no entiendo lo que está pasando, o ya pasó lo que estaba entendiendo. Una última buena nueva es que mañana me voy a la Feria del Libro de Guadalajara. ¿Qué les parece si desde allá seguimos platicando? adelace2@prodigy.net.mx

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