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Navidad

LAS LAGUNERAS OPINAN...

ROSARIO RAMOS SALAS

Apenas el miércoles, una vez más los cristianos de todo el mundo celebramos el nacimiento de Jesús. Belén fue por ese día, el centro de nuestras vidas. Belén, la ciudad donde le tocó nacer a Jesucristo, cuando sus padres habían viajado, desde Nazareth a Jerusalén para empadronarse. Los dolores del parto inminente debieron tomar a María por sorpresa y tuvieron que tocar puertas, sin que nadie les abriera, hasta que como dice San Lucas en su evangelio, “dio a luz en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento”.

El pasado día 24, Belén volvió a ser, por un día el centro del mundo. De todas partes llegaron miles de peregrinos y turistas, quienes junto a los lugareños festejaron la Navidad. Por un día Belén permaneció en paz, aunque el resto del año tenga que sufrir los embates de una región ocupada, sitiada.

Para entrar a Belén, a tan sólo 8 kilómetros de Jerusalén, hay que traspasar un alto y feo muro y detenerse en una caseta tipo aduana, donde todo el que quiera entrar a la ciudad debe mostrar su pasaporte. La ciudad palestina de Belén, la ciudad santa donde se encuentra la Basílica de la Natividad, está ahora en lo que se llama los territorios ocupados debido al conflicto árabe-israelí. Yo digo, ocupados ¿por quién o para qué? ¿Por qué tenemos que levantar muros para vivir? Si es justo lo contrario lo que Cristo predicó.

¿No será que en la naturaleza del hombre está esa actitud de no abrir puertas, de no abrir el corazón para dar albergue a quien nos necesita? Pienso que la humanidad nos hemos ido endureciendo, cerrando en nuestro pequeño círculo, hemos ido alzando muros como el que rodea a Belén.

La Basílica de la Natividad está construida sobre lo que se cuenta, estuvo el pesebre donde nació Jesús. Lo primero que llama la atención es el pórtico de entrada, que tiene un metro de alto y al entrar uno tiene que agacharse, en señal de humildad. La sorpresa una vez dentro, fue encontrar la división en las religiones, porque el altar principal debe compartirse entre la religión griega ortodoxa, la cristiana y la cóptica.

El lugar donde estuvo el pesebre se encuentra en una capilla subterránea en la que alternadamente se ofician misas ortodoxas y cristianas. Lo insólito es que la capilla es vigilada por guardias de la Policía municipal, que cuidan que mientras se llevan a cabo las misas de uno u otro rito, ningún turista baje. Una vez que la misa termina, los turistas que hemos estado pacientemente haciendo cola nos agolpamos desesperados para ser los primeros en bajar. A veces los guardias reciben alguna propina o “mordida” de los guías de turismo para que les den preferencia, sobre todo cuando es temporada alta y los turistas siempre tienen prisa.

Emociona estar, aunque sea sólo por escasos minutos, ahí abajo tratando de imaginar el lugar donde estuvo el humilde y pobre pesebre, en una fría gruta; pensando, bajo los estándares de la vida moderna, cómo es posible que ahí haya nacido Jesús. Reflexionando que no se necesita mucho para vivir y que ahora complicamos la vida demasiado. Nos llenamos de cosas innecesarias y por ello envidiamos, peleamos, agredimos, violentamos, dividimos y terminamos levantando muros, cuando es todo lo contrario, lo que la humildad y la pobreza de María, de José y del Niño nos enseñan.

En nuestra ciudad la Navidad la hemos festejado con balaceras en el Centro, con robos hasta en las iglesias. Hace unos días fueron robados de la parroquia de Los Ángeles, los copones con las hostias para la comunión. Ya ni eso se respeta.

La Navidad la hemos celebrado comprando. Hay que comprar, sin reflexionar para qué compro. El consumismo nos atrapa. El razonamiento es que si todo el mundo compra, yo tengo que regalar, aunque me quede sin un quinto.

La festejamos brindando, sin pensar en por qué brindamos, hay que celebrar, beber y comer hasta sentirnos aturdidos.

Cuando pasadas las fiestas de Belén, la vida retoma la normalidad ¿con qué nos quedamos? Preguntémonos si hay paz en nuestros corazones, si estamos dispuestos a dar albergue a quien nos lo pide, si no estamos levantando muros o cerrando puertas.

Mi deseo para esta Navidad y fiestas de Año Nuevo es anunciar la alegría e ir hasta Belén para ver lo que ha sucedido y lo que el Señor nos ha manifestado, como dice el mismo evangelio de San Lucas. En estas fechas los mexicanos debemos unirnos para entre todos imaginar formas de vida mejor y para reforzar nuestros lazos de amor y amistad.

¡Feliz 2009!

garzara1@prodigy.net.mx

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