Los negocios familiares buscan dar la pelea por el mercado, buscando posicionar sus marcas en la producción de mole, trofeos y artesanías. (El Universal)
Pequeños talleres se convirtieron en prósperos comercios que buscan sobrevivir a la globalización y enfrentar nuevos retos
Son microempresas que supieron sobreponerse a la adversidad. De una marginada condición económica pasaron a operar conceptos comerciales que ‘dejan’ para el día. Ahora, apuestan por la inversión para incrementar el número de clientes.
Tan diversos como un taller de trofeos deportivos elaborados con resina, una fábrica de mole mexiquense y un grupo de artesanos de Maxela, Guerrero, todos quieren ampliar su presencia en el país. Buscan llegar a mercados que nunca imaginaron.
Estos empresarios comparten otra característica: sus negocios surgieron a partir del núcleo familiar.
En el caso de los pobladores de Maxela, una comunidad situada a pie de la carretera que va de Iguala a Chilpancingo, los lazos familiares son todavía más amplios pues la actividad artesanal está repartida en gran parte de la región.
En Coahuila, Heriberto Torres y sus tres cuñados operan un taller de trofeos. En principio se trataban a la fabricación de piezas religiosas y de personajes, pero la alta demanda de los artículos deportivos motivó el cambio de actividad.
Torres asegura que la propuesta artística no se ha perdido, toda vez que los trofeos guardan formas estilizadas. Y en el Estado de México está Socorro García, una mujer que se dedicó más de medio siglo a la venta de pollo crudo en piezas.
De las fiestas que se organizaban en su natal Tequisquiac, a orillas de Hidalgo, nació su actual fábrica de mole. García relata que llegó a servir más de mil pollos durante las fiestas religiosas del poblado, pero la ardua labor en días la condenaban a caer en cama.
Fue entonces que descubrió que el mole podría ser su nuevo negocio siempre y cuando conservara el sabor tradicional y la forma artesanal de su preparación.
El mismo principio siguieron los habitantes de Maxela. Alejandra Colunga y Yasmín Salgado, dos jóvenes que trabajan el barro a mano coinciden que la organización fue vital para preservar las tradiciones en la hechura de las piezas artesanales.
Participan decenas de familias tanto en la producción como en la comercialización de los productos, explica Colunga Morales, quien inclusive refiere que la red de ventas se ha extendido de forma estratégica en diversos puntos turísticos del país.
Yasmín apunta que en estos sitios es donde se paga mejor el arte. “Las personas que están de paso aprovechan a llevarse recuerdos y por eso es que sabemos que nuestras piezas han llegado a Europa y principalmente Estados Unidos”.
Aunque la estrategia de ventas, impulsada en gran parte por estas dos jóvenes, comprende también el envío de piezas a sus familiares que radican en otras latitudes.
Alejandra asegura que familias de la comunidad han emigrado a ciudades turísticas con el objetivo de ser el enlace para la venta de las piezas artesanales.
En cambio, Heriberto Torres, de los trofeos de resina, explica que debido a la cercanía con Nuevo León su empresa concentra el mayor número de clientes en Monterrey.
Aquí, la estrategia es diferente pues se debe incurrir en un gasto para la transportación. Este empresario asegura que los recursos del Fondo Nacional de Apoyo a las Empresas de Solidaridad (Fonaes) hasta por 300 mil pesos les ha permitido invertir en maquinaria y colocar alrededor de 300 trofeos por mes.
Para Socorro García, la propietaria de ‘Ricomole’, su capacidad de producción está sobrada. Dice que puede alcanzar hasta los 800 kilos mensuales, pero el problema es a quién vender.
No cuenta con un presupuesto para publicidad y su ilusión es entrar a proveer a restaurantes; por ello es que Claudia Santillán, una de diez hijos, se encargó de diseñar un empaque para conservar de mejor forma el producto ya que no descarta entrar también a una cadena comercial.
En todos los casos, los empresarios saben que hay varios retos, incluso, más que los mismos obstáculos que han sorteado.