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Nican Mopohua

Diálogo

Yamil Darwich

El doctor Miguel León Portilla y el sacerdote Ángel María Garibay, ambos historiadores, describen el manuscrito Nican Mopohua como “una muestra extraordinaria de la literatura náhuatl escrita hacia 1560”.

Narra la aparición de María a Juan Diego; es el texto más antiguo entre los existentes, considerando como el más completo, aunque algunos detractores, inspirados en Don Joaquín García de Icabalceta, también historiador, insisten en desprestigiarlo, asegurando fue obra intelectual de Fray Alonso de Montúfar, segundo arzobispo de México, quien ordenó al indio Valeriano lo escribiera y a otro llamado Marcos, la pintara en el ayate.

Los detractores insisten en apoyarse en antecedentes históricos y hasta científicos para destruir lo que consideran mito; en contraparte, apoyados en la misma ciencia, los defensores muestran sus argumentos en defensa de la Guadalupana.

La ciencia, como descendiente natural de la filosofía, basa sus argumentaciones en la razón del conocimiento, defendiendo el concepto verdad; la fe, va más allá de lo comprensible y se apega a lo que se cree y acepta como verdad.

De cualquier manera, la identidad del mexicano está soportada en íconos: la Bandera Nacional, tiene de compañera histórica la imagen de Guadalupe y la historia de amor que narra el Nican Mopohua; le entrego un resumen breve:

(…) “Oyó que le llamaban (…) Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿adónde vas?”

“Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive; Creador, Señor del cielo y de la tierra”.

“Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa Madre”.

“Ve al palacio del obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo, que aquí en el llano me edifique un templo”.

“Sin dilación se fue en derechura al palacio del obispo Zumárraga, (…) enseguida le dio el recado de la Señora del cielo. Después de oír toda su plática y su recado, pareció no darle crédito; y le respondió: otra vez vendrás hijo mío, y te oiré más despacio”.

“Se vino derecho a la cumbre del cerrillo (…) me recibió benignamente y me oyó con atención (…) pareció que no lo tuvo por cierto”.

“Oye, hijo mío el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño (…) vayas mañana a ver al obispo.

Señora y niña mía (…) de muy buena gana iré a cumplir tu mandato (…) quizá no se me creerá”.

“Al día siguiente, domingo (…) se fue Juan Diego al palacio del señor obispo. (…) otra vez con mucha dificultad lo vio; (…) lloró al exponerle el mandato de la Señora del Cielo: (…) sin embargo, no le dio crédito”.

“Bien está hijito mío, volverás aquí mañana para que lleves al obispo la señal que te ha pedido”.

“¿Qué hay, hijo mío el más pequeño?, ¿adónde vas?”

“No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: está seguro de que ya sanó”.

“Juan Diego se consoló. La Señora del cielo le ordenó luego que subiera a la cumbre del cerrillo. Le dijo: sube hijo mío el más pequeño, a la cumbre del cerrillo; hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; enseguida bajas y tráelas a mi presencia”.

“Hijo mío el más pequeño, esta diversidad de rosas es la prueba y señal que llevarás al obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ellas mi voluntad y que él tiene que cumplirla”.

Finalmente el obispo aceptó prestar recibir al indígena, a pesar de la opinión negativa que de Juan Diego tenían algunos colaboradores:

“Señor, hice lo que me ordenaste, que fuera a decir a mi ama, la Señora del Cielo Santa María, preciosa Madre de Dios, que pedías una señal”. .

“Desenvolvió luego su blanca manta, pues tenía en su regazo las flores; y así que esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella y apareció de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen María, Madre de Dios”.

La cita la tomé del texto “La Guadalupana ¿Fantasía o Realidad?”, del lagunero Alejandro Reza Heredia, que llegó a mis manos gracias a la esplendidez del conocido catedrático Arturo Puente Parás.

Intuyo que ha sido movido por la dulzura de la lectura; le recomiendo tal lectura, dejándolo con sus pensamientos. ydarwich@ual.mx

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