A medida que los medios audiovisuales se convierten en la primera y más importante fuente de información del grueso de la población, los poderes fácticos se han dado cuenta de que hay que poner ojo chícharo en cómo son plasmados en series y películas. Después de todo, la gente cree que sabe todo sobre un tema porque algo vio (y creyó entender de él) en un filme de menos de dos horas. Así son las cosas.
Por lo mismo, las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos a veces se manifiestan muy rejegas en cooperar con Hollywood si la película que se va a rodar no muestra la mejor cara de los chicos de uniforme y (sobre todo) de sus líderes. Eso de andar cooperando con quienes lo ponen a uno como lazo de cochino, ciertamente, no parece una buena política. Especialmente en un mundo donde voluntades y corazones se ganan en secuencias visuales de unos cuantos segundos.
Y no se crean que esa reticencia sea exclusiva del Gobierno de los Estados Unidos. En otras partes del mundo existen restricciones y censura hacia lo que suponen es una forma negativa de presentar a un régimen o una nación.
Así, China tiene que dar su visto bueno al guión de cualquier película que se pretenda grabar en su territorio. Y, por ejemplo, prohibió la filmación de segmentos de la película “Justicia Roja” (Red Corner, 1997) porque la misma ponía como trepadero de mapache al sistema judicial chino. A fin de cuentas, las escenas de Beijing que aparecen en la película fueron tomadas clandestinamente, disfrazando las cámaras con maletas y cosas así. ¿Consecuencias? El actor Richard Gere, que estelarizó en ese filme, tiene terminantemente vedado ingresar a China.
Similarmente, el Vaticano ha de haber pensado lo mal que hacía en cooperar con quienes no sólo desafían dogmas como la divinidad de Cristo; sino que además proyectan en la pantalla arzobispos perversos y monjes albinos asesinos. De manera tal que decidieron no autorizar el uso de dos templos en Roma para la filmación de “Ángeles y demonios”, la precuela de “El Código da Vinci”.
Buena parte de la novela “Ángeles y demonios” ocurre en recintos religiosos de la capital romana. Y como la trama de fondo también cuestiona algunas verdades básicas de la Iglesia Católica, como que ésta pensó: “¿Por qué rayos tengo que ayudarles para que me peguen?” Y les negó el permiso para rodar en ciertas locaciones.
Aquí entre nos, esa novela en específico es una tomadura tal de pelo, una tontería tan inverosímil, que sólo será filmada por ser el autor quien es, y por el éxito de su novela medio-hermana. Así que, aparte de no ayudarles a darle mala imagen, el Vaticano al menos no colaboró en la creación de lo que, de entrada, estoy seguro será un bodrio. En este caso creo que Sus Eminencias tuvieron razón.