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No estamos solos (ni mal acompañados)

Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

No sabemos qué es más sorprendente: si el sonido y la furia que se levantaron hace unos días por una fotografía tomada en un cráter de Marte; o la aclaración que tuvo que hacer la NASA, sosteniendo no sólo que en dicha fotografía no aparecía ningún marciano (su elemento más relevante era una roca más oscura que el entorno, expuesta por millones de años de erosión); sino que no había sido trucada. Como si una agencia con el kilometraje (y las angustias) de la NASA necesitara ese tipo de propaganda.

La foto de marras presenta el típico paisaje marciano, polvoriento y color anaranjado sucio, salpicado de piedritas y piedrotas que no desentonan con tan deprimente escenografía. Pero en el centro de la foto aparecía una figura más oscura que el resto del medio ambiente. Echándole imaginación y buena voluntad al asunto, es posible discernir en el bulto ciertas características antropomórficas. Ya jalándosela un poco más (la cabellera), no faltó quien dijera que tenía la pose de “El Pensador”, la famosa escultura de Auguste Rodin, con puño en el mentón y toda la cosa. Otros aseguraron que no, que más bien parecía la célebre escultura de “La Sirenita”, que vigila la bahía de Copenhague (a la que no vigilan es a ella, que hasta decapitada ha resultado por vándalos). Ya en el alucine, no faltó quien dijera que la figura en realidad estaba caminando, ¡y con el pasito de la famosa filmación del Sasquash o “Pie-Grande”, uno de los más queridos monstruos terrícolas… que nunca ha sido hallado!

¿Qué había en realidad en la foto? Un juego de luces y sombras; y la nunca confesada ansiedad que tenemos de hallar vida en otra parte del Universo; de comprobar que no estamos solos.

Pero como que el asunto da para echarle varios vistazos; que es lo que vamos a hacer, para de perdido ocuparnos en algo inteligente en medio del turbio ambiente previo al Super Bowl.

Primero que nada, el rover “Spirit”, un vehículo explorador automático del tamaño (y la apariencia) de un horno de microondas, cuya velocidad es de metros por hora, lleva meses y meses rodando por esas polvorientas llanuras. ¿Cómo creer que se topó de manos a boca con un marciano? ¿Y que éste se dignó posar imitando a ciertos íconos terrícolas, quizá como muestra de buena voluntad? ¿O que imitó el pasito tun-tun del peludo humanoide que supuestamente merodea en el Noroeste de América? Y a todo esto, ¿qué estaría haciendo un marciano en medio de la nada? Sería como encontrarse con Anne Hathaway pidiéndonos raid vestida de matachina en pleno desierto, sobre la carretera Saltillo-Matehuala (la mejor versión de Marte que yo conozco en la Tierra).

En segundo lugar, por todo lo que hemos aprendido de los artefactos que hemos enviado al Planeta Rojo (y ya desde 1976 se posaron ahí un par de sondas Viking), si existe vida por esos lares, ésta sería microscópica. Según todas las nociones que tenemos de lo que es un organismo vivo (hecho con cadenas de carbono, termodinámicamente inestable, chupador de energía), el ambiente de Marte si acaso da para sostener microorganismos. Que un ser de nuestro tamaño y complejidad viva en la superficie marciana está fuera de toda consideración.

(Sí, ya sé. Me dirán que si hay ejidatarios que sobreviven en la carretera Saltillo-Matehuala, cualquier manifestación de vida es posible en el Cosmos. Personalmente creo que la mera existencia en el Siglo XXI de ese modelo de inutilidad que es el ejido, resulta un prodigio inexplicable).

En tercer lugar, el escándalo que se armó nos dice que la mayoría del culto público sigue creyendo que, si hemos de toparnos con alienígenas, éstos serán marcianos. Ello tiene que ver con nociones tanto cosmogónicas (es un planeta cercano y de tamaño similar al nuestro), como culturales: la primera noticia de la (posible) existencia de una civilización extraterreste surgió en 1877, cuando Giovanni Schiaparelli, un astrónomo de viva imaginación y lentes empañados, anunció que había detectado canales en Marte. Y de ahí p’al real. En 1898 H. G. Wells escribió “La guerra de los mundos”, entregándole por primera vez a la cultura de masas una invasión marciana como tema para la histeria colectiva. Eso sí: nunca se imaginó que en manos de Steven Spielberg y Tom Cruise su novela se convirtiera en un sermón sobre paternidad responsable.

Sí, leyó usted bien: el primer relato que plantea a los marcianos como agresores antropófagos y con tentáculos hace ya buen rato que cumplió un siglo de escrito. Luego, el cine de los años cincuenta, saturado con todo tipo de monstruos provenientes de cualquier rincón de la galaxia, y la histeria del fenómeno OVNI (con todo y abducciones) en los setenta, no hicieron sino alimentar la versión de que de los alienígenas no podíamos esperar nada bueno.

Ahora bien: quienes piensan que los OVNI’s son naves espaciales, productos tecnológicos de una civilización mucho más desarrollada que nosotros, y que vienen a observarnos con fines educativos o para planear una invasión en toda forma (sólo para ser salvados por Will Smith y ¡el presidente de los Estados Unidos!), deberían pensárselo otra vez. Creo que están cayendo en el pecado de soberbia, al suponer que como planeta y especie somos dignos de estudio (o invasión, algo aún más improbable).

Piénsenlo: ¿qué forma de vida inteligente vendría a estudiar a una forma de vida que es todo menos inteligente? ¿Qué tendríamos de especial como para viajar a través de años-luz de distancia (¡lo que les saldría nomás en puras casetas!), sólo para ver cómo vivimos, morimos y destruimos a nuestro único hogar?

¿Les interesarían nuestras costumbres y ritos sexuales? ¡Dios mío, si a los terrícolas mayores de cincuenta años no podrían importarles menos! Si nos sacan de ventaja, digamos, unos diez mil años de evolución tecnológica (lo que es un parpadeo en el reloj cósmico), para ellos si acaso seremos una simple curiosidad; quizá le encarguen un proyecto de observación de campo a los chiquillos más sangrones del grupo, nada más para apaciguarlos y que no den lata (y es lo que la gente ha venido detectando desde 1945).

Como suelo decirles a mis alumnos, ¿ustedes viajarían hasta Piedras Negras para estudiar un hormiguero? Yo no. Y creo que las civilizaciones avanzadas de esta galaxia (y de otras) tampoco.

Con otra: ¿para qué habrían de invadirnos? Dudo que quede algo dentro de un siglo. ¿Lanzaría usted toda su capacidad bélica para ocupar un basurero? Porque en eso estamos convirtiendo a nuestro buen planeta Tierra.

Además, si son capaces de desarrollar la tecnología para viajar e invadir, como nos lo presentan películas como “Día de la Independencia” o “Guerra de los Mundos”, ¿no pueden usarla para sacarle provecho a todo lo que tienen a mano? Si poseo la técnica y la tatema para inventar rayos destructores, creo que también las puedo usar para extraer tortas de aguacate (o mixtas) de cualquier vil asteroide.

En resumidas cuentas, a lo largo de milenios la especie humana vivió con la certeza de que era única y extraordinaria. El asunto empezó a cambiar cuando, en el siglo XVI, Giordano Bruno se preguntó si no habría otros mundos habitados (una de las razones por las que fue quemado en el Campo di Fiore en Roma). Luego la astronomía le fue dando ganchos al hígado a nuestra autocomplacencia: hay billones de estrellas; nuestro humilde y querido Sol es uno de miles de millones sólo en nuestro vecindario (la Vía Láctea); somos un grano de arena en una playa cósmica. Pero como aún no tenemos contacto con otros, seguimos navegando con la misma bandera que hace milenios: somos únicos mientras no se demuestre lo contrario. Pero, seamos francos: nos morimos de ganas de no ser los únicos. Por eso andamos viendo marcianos en donde no hay sino polvo, piedras y esperanzas perdidas. Sí, como un ejido, defendido por vivales.

Consejo no pedido para abducir a alguna reportera de TV Azteca y que dejen de darnos pena ajena: Vea “Misión a Marte” (Mission to Mars, 2000), de Brian de Palma, interesante vuelta de tuerca al mito de la “cara” en la superficie del Planeta Rojo, que (¡obviamente!) resultó ser un efecto óptico. Provecho.

Correo:

anakin.amparan@yahoo.com.mx

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