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¡No fui yo, mi vida! ¡Fue mi ADN!

EL COMENTARIO DE HOY

Francisco Amparán

La disputa es tan antigua como la filosofía: ¿qué es lo que determina nuestra personalidad y carácter? ¿La cultura, cómo somos educados, el ambiente familiar? ¿O bien la herencia, la genética, cómo nacemos? En inglés se suele resumir el debate como “Nurture vs. Nature”. Y ardientes defensores de ambas posturas han abundado a lo largo de la historia.

Claro que hasta hace relativamente poco tiempo no había mucho con lo que podían pelear los defensores del punto de vista hereditario o genético. Pero a raíz de los gigantescos progresos que han hecho las ciencias de la vida en las últimas décadas, cada vez tienen más munición para defender sus tesis. O al menos, eso dicen ellos.

Tómese por ejemplo un reciente estudio dado a conocer por el Karolinska Institute de Suecia, que estudió la variación de un gen preciso en un universo de mil hombres. Resulta que quienes tenían cierto tipo de variación en ese gen (no me meteré en detalles, básicamente porque no los entiendo) tendían a ser más infieles a su pareja, tener más broncas con ella o sencillamente no estaban casados con la infeliz que los aguantaba. En cambio, aquellos que no la presentaban tendían a ser monógamos, llevar una relación más armónica y tenían una propensión dos veces mayor a uncirse el dulce yugo. Damas y caballeros, al parecer hemos hallado el gen de la monogamia. O al menos, del compromiso fuerte y genético de no andar de tingo-lilingo ni de parranda con los amigotes.

¡Hey, pero no tan rápido! Muchos científicos saltan de sus asientos cuando alguien sin doctorado (como un columnista de El Siglo de Torreón) sale con frases como “el gen de la monogamia” o “la mitocondria del cinismo” (que en nuestros políticos ha de proliferar…). Las cosas no son tan simples, nos advierten. Las relaciones entre lo que tenemos en nuestros núcleos celulares y ciertas tendencias, hábitos y malas mañas no son tan claras. Y mal haría una chamacona en exigirle un examen genético al galancete, para ver si rechaza o no su oferta de matrimonio.

Y es que, por supuesto, tendencia no es destino. Incluso los científicos suecos piden cautela: el hecho de que la variación en un gen parezca estar detrás de ciertas malas relaciones, no hace posible desdeñar factores como la crianza y el ejemplo que se tuvo en la casa, el ambiente emocional en que creció el hombre y hasta qué reforma educativa parida por el engendro Gordillo le tocó cuando estaba en primaria.

Y en último caso, eso de salir con que uno es un cabrito mayor por cuestión genética suena a pésima excusa. Y creo que la ciencia no anda investigando esas cuestiones sólo para darle más pretextos a quienes ya no necesitan muchos.

¿Habrá un gen del fracaso anunciado entre nuestros atletas olímpicos? Quizá valdría la pena investigar el asunto.

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