Como decía José Alfredo Jiménez, hoy le digo a Andrés Manuel López Obrador: “No me amenaces, no me amenaces”. Ahora el ex candidato presidencial pretende amedrentar a los legisladores federales y a la comunidad en general. Si se aprueba una reforma energética, dice, en la que se incluyan tintes privatizadores, él y su gente (aproximadamente seis) cerrarían aeropuertos del país e instalaciones estratégicas financieras de Pemex.
¿Se imaginan qué pasaría ahora si AMLO fuera presidente de México? Si un gobernador se atreviera a contradecirlo, emitiría un edicto despojando de sus funciones a dicho gobernante. Si existiera un mitin en su contra, llamaría a las fuerzas públicas a dispersarlos utilizando la violencia. Si un ciudadano reprobara su gestión exigiendo mayor modernidad en los planes de Gobierno, lo encarcelaría por dicha osadía.
¿Acaso López Obrador no entiende que la gran mayoría de los mexicanos lo ve ya como un molesto y descerebrado insecto de la vida política nacional?
A la voz violenta de Andrés Manuel debe oponerse el mensaje claro y acertado de Cuauhtémoc Cárdenas, verdadero estandarte de la izquierda en el México.
Es innumerable la lista de errores del Peje. Al perder la elección, se bloqueó una de las arterias principales de la Ciudad de México. Las sedes del IFE a nivel nacional tuvieron la presencia constante de simpatizantes del Frente Amplio ¿Progresista? Después de esas deleznables acciones, quienes votaron por él se arrepintieron y a Dios dieron gracias de que alguien cuando menos cuerdo haya llegado a Los Pinos.
Hoy vuelve a tropezar con la misma piedra. Al llamar a una supuesta defensa del petróleo en la que amenaza incluso con violentar garantías individuales, no hace otra cosa más que hacer que renazcan en nosotros los recuerdos de todos los abusos que impunemente ha cometido.
La idea de privatizar Pemex es completamente discutible. Si bien existe ya una infinidad de empresas privadas tanto nacionales como extranjeras beneficiándose de nuestro petróleo, no puede hablarse todavía de que nuestro recurso natural más preciado esté en manos privadas.
Antes de pensar en la privatización total de Pemex, los líderes de los poderes Legislativo y Ejecutivo deberían revisar en qué manos está ahora el petróleo.
Durante décadas, desgraciadamente, Pemex ha estado en las manos de la corrupción; en las manos de pillos que sólo buscan el beneficio propio y no del país; en las manos de un sindicalismo nocivo; en las manos de directores que lo único que saben del petróleo es que es negro, tal como sus intereses.
Coincido con López Obrador que debe revisarse muy bien cualquier solución a Pemex sin pensar en la privatización, sin embargo, repruebo sus amenazas constantes que tanto daño hacen a la nación.
Mucho trabajo tendrán nuestros legisladores. Quizá los expertos afirmen que el único camino para que la paraestatal sobreviva es por el camino de la privatización. Pero antes deberían plantearse unas simples preguntas: ¿Acaso el camino más fácil, el de la privatización, representará la verdadera solución de Pemex? ¿No sería mejor operar a la paraestatal como una empresa privada sin necesidad de privatizarla? ¿Acaso sólo el sector privado puede hacer bien las cosas? ¿Llegará el día, entonces, en que tenga que privatizarse la Presidencia de la República?
Es ridículo que si los precios del petróleo están más altos que nunca, nuestro país viva en la pobreza y el subdesarrollo de siempre.
No quiero ser pesimista, pero dudo que una posible reforma energética realmente sea la panacea para los problemas burocráticos y tecnológicos existentes en Pemex.