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Nube Radiante

Las laguneras opinan...

Laura Orellana Trinidad

El jueves por la noche, una mujer bajita, de pelo cano y mirar dulce, nos distrajo de las noticias de violencia y de los miedos cotidianos que proliferan en nuestra región. Desde 1985 se llama, Ki’Un An, que quiere decir “Nube Radiante”, aunque nos fue presentada para impartir su conferencia con su nombre original, Ana María Schlüter. Es maestra zen y pertenece a la sociedad de las “Mujeres de Betania”, una congregación católica de origen holandés cuyo carisma es “abrir los ojos a la realidad divina” en un contexto ecuménico e interreligioso. Esta congregación fue fundada en Holanda por el sacerdote jesuita Jacques van Ginneken y su carisma es ayudar al hombre moderno a reencontrar sus raíces religiosas y cristianas.

Ana María comenzó su charla compartiendo una vivencia que –dijo— recuerda todavía con mucha nitidez y que pertenece a su infancia: la visión de una pequeña flor amarilla, de esas florecitas silvestres que suelen aparecer con las lluvias, en el jardín de sus abuelos. Algo tan sencillo, la hizo “ver” de una manera diferente y “escuchar” el silencio: ese silencio que se facilita al sentarse a solas con el misterio, y que busca espacio en medio del ruido, del trajín consumista, del cientificismo, del racionalismo occidental. En este sentido, hizo hincapié en la gran diferencia entre las búsquedas occidentales —que toman el rumbo de investigar y dominar al mundo externo mediante la ciencia y las técnicas—, de las orientales, en permanente indagación de la interioridad. Fue precisamente del Oriente, específicamente de Japón, que conoció la tradición Zen de la mano de su maestro Yamada Kôun Roshi, quien le fue presentado por el jesuita H.M. Enomiya-Lasalle, misionero en Japón desde 1929 y que, tras sobrevivir a la bomba atómica de Hiroshima, se convirtió en defensor del diálogo intercultural entre el budismo y el cristianismo. Y Ana María destaca precisamente la importancia del diálogo interreligioso para, incluso, profundizar en las raíces de la propia religiosidad. Es como el viajero que, al entrar en contacto con otras culturas, aprecia de una manera distinta la suya, sin soslayar la recién conocida. Abunda en su página Web sobre este tema: “Todas las tradiciones religiosas enfatizan una determinada experiencia humana fundamental o perspectiva específica. Por esta razón surge de lo más profundo del corazón humano el anhelo de conocer al otro; por eso mismo tiene tanto sentido el encuentro, a fin de ser corregidos en la propia perspectiva y enriquecido por la otra. Es posible descubrir las semillas del otro en uno mismo. A la vez que uno se adentra en la nueva perspectiva, la perspectiva original debería ser cultivada y transmitida fielmente, no dejándola de lado; de otra manera la humanidad quedaría empobrecida”.

El Zen, para Nube Radiante, “es una nueva lengua que ofrece posibilidades de caer en la cuenta de determinadas dimensiones de la experiencia y de expresarlas. Aunque la realidad última inefable no puede ser sino una y la misma siempre, el marco religioso en el que los humanos viven y hablan, influye en la posibilidad de experimentar y en la interpretación de la experiencia. Una nueva lengua no sólo ofrece nuevas posibilidades de expresar lo que se ha experimentado sino que además crea nuevas posibilidades de percepción, mientras a la vez ofrece un instrumento para evitar que caiga en olvido lo que se ha experimentado.

En mi experiencia, un cristiano que practica zen, no sólo aprende un nuevo modo de acercarse al misterio trascendiendo las limitaciones del pensar objetivo. Además aprende una nueva lengua que ofrece nuevos modos de caer en la cuenta y de formular aquello de que ha caído en la cuenta, con lo cual se le abren horizontes nuevos”.

Sin embargo, no deja de mencionar el hecho de que en Occidente se importan prácticas espirituales de Oriente, descontextualizándolas, desmembrándolas de la perspectiva religiosa en la que surgen: “Sentarse en el suelo con cojines o banquitos no significa que uno haga zen. Tampoco el centrarse en la respiración, por sí solo, es practicar zen”.

Para Ana María, practicar el Zen y desde una perspectiva cristiana, ayuda a mirar la vida de otra manera: es un misterio que va más allá de lo que se ve y que sólo se puede contemplar con eso que los victorinos, un grupo de místicos cristianos del siglo XII, decían que se percibe con lo que llamaban el “ojo del alma o del corazón”. Lo que podemos hacer, dice, con práctica, esfuerzo y humildad, es abrir este ojo para comprender toda la realidad, no sólo lo material.

Mientras veía a Ana María, recordé una entrevista que Elena Poniatowska le hizo al arquitecto Luis Barragán. Elena mencionaba que, para esa entrevista, se hizo acompañar de una amiga que iba arreglada con grandes aretes, pulseras, collares. Luis Barragán las recibió en la sencillez de su hogar, con los mínimos elementos decorativos como lo es su arquitectura. De ahí que esta amiga, en el transcurso de la entrevista, fue quitándose todos aquellos colguijes: se sentía completamente fuera de lugar. Ana María me hizo sentir algo parecido: que vivimos con demasiado ruido, que nuestras vidas están volcadas hacia el exterior y que poco dedicamos a lo más profundo: nuestra interioridad. Le agradezco, y estoy segura que también muchos de los que la escuchamos en Casa Íñigo y la Ibero, su palabra y sobre todo, su testimonio.

lorellanatrinidad@yahoo.com.mx

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