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Nuestra Salud Mental / PARÉNTESIS PARA UNA CELEBRACIÓN MÁS

Dr. Víctor Albores García

ASOCIACIÓN DE PSIQUIATRÍA Y SALUD MENTAL DE LA LAGUNA, A. C.

CAPÍTULO INTERESTATAL COAHUILA-DURANGO DE LA ASOCIACIÓN PSIQUIÁTRICA MEXICANA

Al vivir en este maravilloso país que es México, nos damos cuenta que pertenecemos a una cultura de extrema sensibilidad, la cual nos impulsa constantemente a llevar a cabo todo tipo de celebraciones en mayor o menor escala, sin importar muchas veces cuál sea la razón para ello, porque al fin y al cabo lo mismo pueden ser causas mayores y poderosas, pero también es obvio que nos conformamos con el más mínimo detalle para tener una fiesta, para desahogar nuestros pulmones y gritar muchos vivas, para desfilar por las calles, para comer y beber todo lo que nos sea posible, y especialmente, después de la fiesta para poder descansar uno o más días de los muchos que hemos trabajado en el año, de modo que nos podamos recuperar así hasta le llegada de una nueva celebración. Celebramos a Dios, a la Virgen en sus diferentes imágenes, a los santos que son más populares y piadosos, a la vez que a los que no lo son tanto y permanecen en la penumbra de las iglesias. Asimismo, celebramos a héroes cuyos nombres se nos confunden cuando los recordamos desde la primaria, o a que a veces ni siquiera reconocemos, pero que igualmente los podemos involucrar en la Batalla del 5 de Mayo, en la Revolución, en el movimiento de Independencia o en el de Reforma, y así sucesivamente, al fin que todos pertenecen al mismo rango de héroes, y a la hora de celebrarlos invertimos la misma energía, a pesar de que en ocasiones se nos puedan mezclar hasta con los nombres de los presidentes de los últimos sexenios. Celebramos la fundación de nuestras ciudades, de nuestros monumentos, ya sea cuando los construimos o cuando por error los tenemos que derribar sin importar el gasto. Celebramos nuestro cumpleaños, el de las madrecitas y también ahora hasta el de nuestros padres, la llegada de los hijos, los bautizos, los quince años, las graduaciones desde kinder hasta la terminación de sus doctorados, las bodas y los aniversarios maritales, con mayor pompa conforme nos hacemos más viejos; e inclusive ahora festejamos también a la familia como grupo. Celebramos a nuestros compadres, a nuestras secretarias, a los carteros y al personal de intendencia, a los servidores públicos como policías y agentes de tránsito, a los diputados y senadores (aunque ellos mismos se festejan abundantemente), a los médicos, a los abogados, a los ingenieros y a los arquitectos, a los contadores, a los químicos y a tantos otros profesionistas puesto que no queremos ser discriminadores. Naturalmente, celebramos y despilfarramos nuestro 0.3 por ciento de aumento salarial, lo mismo que nuestros logros al obtener nuevos puestos y escalar mejores posiciones, a pesar de que también hay quienes prefieran celebrar sus renuncias o sus despidos. No podemos dejar de mencionar el júbilo que nos embarga al celebrar a nuestros deportistas, sobre todo a los héroes del futbol, lo mismo cuando ganan que cuando pierden, y que se convierte en motivo de vida o muerte; pero igual festejamos a los boxeadores, luchadores, karatecas, maratonistas, etc., etc.. ya que en conclusión y en el fondo, todos tenemos ese espacio especial reservado en nuestro muy amplio y sentimental corazón mexicano. Celebramos a la mujer cuando no ha sido agredida o abusada, (¿O aún cuando lo haya sido?) pero todavía no llegamos a la celebración del hombre, tal vez porque nos sentimos demasiado fuertes y potentes para necesitar tales sentimentalismos. Pero sí celebramos a los niños y a los ancianos, aunque todavía no lo hacemos con los adolescentes, quizás porque es difícil aprender a manejarlos, y menos si los festejamos, lo que tal vez suceda igualmente con los adultos. Celebramos la llegada de la pubertad y la menarquia en las mujeres a través de los ritos quinceañeros, pero no en el caso de los muchachos, como sucede en otras tribus, aunque nuestros propios pubertos se encargan de celebrarse a sí mismos. ¿Será demasiado irreal celebrar la llegada del climaterio en hombres y mujeres, o la llegada de la vejez con la aparición de canas, arrugas y dolencias? Sin embargo, al final de la vida, tenemos reservada una última celebración, la que tiene que ver con la muerte.

Es así, como año con año, experimentamos una larga variedad de celebraciones, lo mismo políticas, que religiosas, cívicas, familiares, sociales, culturales, etc., a tal grado en que hay momentos que unas se confunden y se mezclan con las otras, como ha sucedido en la presente semana. En esta nuestra absorción e imitación de las costumbres estadounidenses, de usar ahora los lunes como días festivos en lugar de la fecha original, hubiera sido imposible que don Benito naciera en Jerusalén, sobre todo ante la supuesta posición oficial laico-religiosa, de manera que ambas fechas se celebraron en la misma semana. Es así como terminamos cerrando todas las instituciones posibles la mayor parte de la semana, e incluso desde el viernes anterior en que algunos aprovecharon para alargar su puente y mantener ese delicado equilibrio en el que día a día y año con año, tenemos que movernos con cierto letargo en un campo repleto de júbilo y celebraciones.

Abrumado y a la vez entusiasmado y contagiado ante tantas celebraciones, decidí celebrar también los catorce años que cumple esta columna de Nuestra Salud Mental, hospedada en la sección de Sociales de El Siglo de Torreón, una celebración sin globos, ni fiesta, ni mariachis, ni vino, simplemente cumpliendo con mi tarea de publicarla, a la vez que de agradecer al personal del periódico y a los lectores que tienen la paciencia de seguirla cada semana y que han ayudado a mantenerla por este lapso de tiempo. Gracias.

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