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Nuestra Salud Mental / TRASTORNO POR DÉFICIT DE ATENCIÓN CON HIPERACTIVIDAD (TDAH).

Dr. Víctor Albores García

ASOCIACIÓN DE PSIQUIATRÍA Y SALUD MENTAL DE LA LAGUNA, A. C. (PSILAC)

CAPÍTULO INTERESTATAL COAHUILA-DURANGO DE LA ASOCIACIÓN PSIQUIÁTRICA MEXICANA

(VIGÉSIMA QUINTA PARTE)

A pesar de la gran publicidad que se le da a la salud mental en nuestra época, y a lo mucho que se comentan entre el público tantas de estas distintas formas de tratamiento mencionadas en la columna pasada, tan populares en nuestros días, gracias al estímulo de los diferentes medios de comunicación, todavía no es fácil el acercarse al consultorio de los psicólogos o los psiquiatras. El mito medieval aún fresco y vivo, que relaciona a este tipo de profesionistas exclusivamente con la locura, viene a convertirse en un obstáculo importante para recibir la atención especializada. La locura aparece como un término sumamente popular y general, a la vez que vago y confuso, ya que en el lenguaje común y corriente puede abarcar toda una gama de condiciones muy variadas y distintas, producto tanto de la fantasía y del folklore popular, así como de las imágenes proyectadas en la prensa, en la literatura, en las películas, en las telenovelas, en las series televisivas y en tantos otros rincones de nuestra imaginación. Sí normalmente, el consultar a cualquier médico trae consigo en el paciente un cierto porcentaje de miedo y de ansiedad, relacionado precisamente con las fantasías sobre lo que significa estar enfermo, ser medicado, ser hospitalizado o incluso ser intervenido quirúrgicamente, conceptos que en el consciente o en el inconsciente también están asociados a las ideas de pérdidas y de muerte, ese porcentaje de miedo y ansiedad suele intensificarse aún más en los pacientes que piensan en consultar psicólogos o psiquiatras.

Un segundo obstáculo no menos importante en la consulta profesional en el campo de la salud mental, es el que se refiere a la gran confusión e incertidumbre que se da en lo relativo a la presencia de tantos y tan diferentes métodos de tratamiento que surgen cada vez con mayor profusión desde hace muchos años y a los que se les da una gran publicidad. Métodos como a los que me refería en la columna del domingo pasado, en los que se habla de aromas, cristales, dietas, pastillas hechas con fórmulas naturistas, pociones, pomadas, aparatos, oraciones, yerbas, fórmulas a recitar, métodos de “pasos fáciles y sencillos” y así se podría enumerar una lista interminable. Me parece que para el público en general debe ser muy difícil poder hacer una separación lógica entre todos estos métodos, en los que lo mismo se ha mezclado el esoterismo, la religión, la magia, la brujería, la fe, la buena voluntad, el charlatanismo, el empirismo, el folklore, las tradiciones, las recetas de la abuela, las invenciones de quienes necesitan imagen, dinero o popularidad, etc., etc. No se puede dudar por completo que se trata de métodos que en ciertos casos y en cierto tipo de pacientes obtienen resultados positivos y benéficos, como muchas personas lo pregonan, y que se transmiten de voz en voz. Sin embargo y desgraciadamente, en la mayoría de estos casos, tales resultados son difíciles de comprobar y validar a través de estudios serios de investigación en diferentes tipos y grupos de pacientes, de modo que tienden a permanecer más bien en ese estado un tanto silvestre como anécdotas y relatos. Para muchas personas, esta situación puede ser lo suficientemente seria como para llevarlos a intentar tales métodos, mientras que por el contrario, otros sujetos evitan experimentar con ellos al considerar que tales historias carecen de la validez y confiabilidad suficientes.

En estas últimas tres décadas que hemos arrastrado en México en forma tan prolongada, tan cargadas además de esas altas y bajas económicas, en las que la palabra crisis se ha vuelto un término tan común y cotidiano como parte de nuestro diario vivir, el dinero definitivamente se convierte también en un factor indispensable a tomar en cuenta a la hora de programar la atención médica, especialmente en lo que se refiere a la salud mental, cuando cada quien debe pagar de su propio bolsillo las consultas privadas. Es increíble que a diferencia de otros países, los seguros de gastos médicos en México no han incluido todavía la cobertura de los trastornos mentales, como si éstos no existieran o como si aún formaran parte de ese concepto medieval al que me refería. Por lo mismo, los pacientes se ven confrontados entonces con las opciones de acudir a la consulta privada y seguir un proceso que suele resultar prolongado y costoso, o de buscar la atención en cualquiera de las instituciones públicas de salud, que en ocasiones puede ser como la lotería, en la que se puede encontrar atención médica con resultados esperanzadores y positivos, pero en la que también es común sumergirse en una serie de laberintos burocráticos, con riesgo de perderse, frustrarse y desertar al no encontrar la ayuda necesaria, dependiendo del grado de necesidad y del nivel de paciencia que posea cada persona. La tercera opción, que en muchos casos suele ser la más popular tiene que ver con todos esos métodos mencionados anteriormente, que prometen o hasta “garantizan” en su publicidad el poder mágico y omnipotente de la panacea, del remedio rápido, fácil, económico, el que sin mucho esfuerzo otorga esos resultados maravillosos. Precisamente, es ahí, en esa encrucijada de la salud mental, donde los pacientes se ven confrontados para decidir y elegir cuál será su mejor opción (Continuará).

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