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Nuestra Salud Mental / UN PARÉNTESIS PARA SANTA EN LA LAGUNA

Dr. Víctor Albores García

ASOCIACIÓN DE PSIQUIATRÍA Y SALUD MENTAL DE LA LAGUNA, A. C. (PSILAC)

CAPÍTULO INTERESTATAL COAHUILA-DURANGO DE LA ASOCIACIÓN PSIQUIÁTRICA MEXICANA

Es diciembre 31 de 2008, y se terminó un año más de nuestras vidas. Hace tan sólo unos días que Santa llegó a La Laguna con las últimas tolvaneras, tosiendo y moqueando como todos los laguneros, casi asfixiándose con este estilo tan especial y único de contaminación en nuestra región, al que obviamente no estaba acostumbrado, pero al que se podía adaptar, gracias a esa rápida e intrínseca capacidad suya que le permite visitar año con año tantos lugares diferentes en el mundo. Llegó semiescondido, casi de incógnito, al volante de una de esas enormes pickups de importación, sin papeles ni placas, ni tenencia ni permiso, pero con la gracia de ser de último modelo, y con vidrios polarizados a toda intensidad, por lo que difícilmente podría ser identificado. Celular en mano, llamando a todos sus conocidos lo mismo en la región que alrededor del mundo, en largas conversaciones que lograban hacer más lento o interrumpir por completo el tráfico, recorría las avenidas y los anchos bulevares de las tres ciudades, esquivando agujeros, baches y todas esas nuevas obras de construcción casi sin hacer altos, daltónico por completo a los rojos, que al parecer tampoco le importaban, atravesándose en las calles en donde no tenía preferencia para estorbar o casi chocar a aquéllos que sí la tenían, ignorante total de toda regla de tránsito, ni del uso de sus luces direccionales para indicar sus planes cada ocasión que deseaba maniobrar, cambiar de carril o de calle, como una cortesía para que quienes se encontraban detrás de él. Los peatones y los ciclistas tampoco figuraban en sus esquemas, y eran fácilmente embestidos al atravesar las calles o cuando se le ponían enfrente, aunque en ciertas ocasiones llegaba a usar su pedal de frenos. Enfundado en ropa vaquera, bajo la tejana ladeada sobre su frente y con jeans que se prolongan en largas botas picudísimas, sostiene el cigarro con la mano que le queda libre a ratos, entre fumada y conversación por el celular, que apenas le permiten maniobrar el volante. Y sin embargo, su excelente coordinación manual, todavía le permite por momentos beber de su refresco de cola, que una vez terminado suele arrojar a la calle, con esa misma indiferencia y donaire con la que se desenvuelve al volante. Casi instantáneamente, Santa Claus ha sabido ponerse al tiro y adaptarse a nuestro folklore y costumbres para convertirse en un verdadero lagunero, gracias a esa camaleónica cualidad que le caracteriza, y sin que ello signifique demasiado esfuerzo. Se mezcla con facilidad en ese complicado tráfico decembrino de nuestras calles, entre matachines y largas colas de peregrinos, o entre los cánticos y los claxonazos desesperados de quienes desean avanzar sin lograrlo, pero que tratan sin muchos resultados de despertar a aquellos agentes apostados en las esquinas que charlan entre sí afablemente.

Santa podía transitar entre la locura y la ansiedad de ese tráfico urbano sin despeinarse y sin sudar, porque es Santa; y cuando las cosas se ponían feas y era detenido por la estricta disciplina de nuestro sistema de tránsito, Santa aprendió a tener en los labios las palabras mágicas, el verbo ilustre o en última instancia el billete que canta, lo cual indudablemente funciona en todos los sentidos. Su pickup estaba vacía; ya no era necesario traer regalos de ninguna especie, porque las tiendas, los mercados, los almacenes y hasta los apretados y coloridos puestos en las calles han llenado ese hueco, en espacios que se prolongan a muchos meses sin intereses, gracias a los plásticos que rebosan hasta la saciedad y a esa mercadotecnia que inunda nuestras vidas, que salva y le da sentido a nuestra existencia, además de que nos incita a coleccionar y consumir cada vez más productos. Tal vez en estos tiempos tan modernos, Santa casi está por jubilarse o incluso es una especie de desempleado, porque casi ya ni los niños requieren de sus servicios, sumamente ocupados en planear guerras y combates cuerpo a cuerpo, con toda clase de seres malignos locales o extraterrestres, y con las últimas armas de fabricación muy sofisticada, que les ayudan a aprender a luchar y a desarrollar toda clase de tácticas agresivas, a la vez que les facilitan el crecimiento de sus dedos pulgares, y quizás también el de sus pancitas.

No cabe duda que el 2008 ha sido por demás un año oscuro y complicado, hasta para Santa que se mira reflejado en nosotros, igualmente perplejo y confuso, con pocas guías para orientarse y encontrar las direcciones por donde proseguir. Al igual que sucede con todos los seres humanos, Santa que en el fondo también es humano, posee asimismo ese lado oscuro que tiende a salir bajo la presión y la angustia de los momentos críticos y estresantes, cuando precisamente todo parece derrumbarse a nuestro alrededor para convertirse en una visión irreal y oscura. El ser capaces de reconocer nuestro lado oscuro y enfrentarnos al mismo, puede ser a la vez la motivación que estimule nuestras fuerzas, habilidades y recursos para salir adelante, y lograr un balance entre esas diversas y complejas facetas que todos tratamos de integrar, Santa incluido. Mientras tanto, Santa sigue entre nosotros, de carcajada fácil, escondido tras sus vidrios polarizados, hablando interminablemente por su celular, atravesándose en las avenidas, sin respetar las señales ni utilizar sus direccionales, estorbando el tráfico de otros vehículos y peatones, fumando a más no poder en lugares público o no, tirando basura a la calle cada vez que abre su ventanilla, y repartiendo algún billete de cuando en cuando, indiferente por completo a las circunstancias. Sin embargo, como herencia final antes de partir, nos deja entre otras cosas y por toda la comarca, un ejército de renos que lo representan con los cuernos en alto, con un mensaje y simbolismo no siempre fácil de traducir, pero que seguramente nos proyectan sus buenos deseos para el 2009.

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