Paola Espinoza.
MÉXICO, DF.- Cada inicio de año, Paola Espinosa se traza nuevos objetivos: poner más empeño en la escuela, mejorar un clavado, tener salud... Pero este 2008, la clavadista tiene puesta la mira en una meta mucho más ambiciosa: el sueño olímpico.
Su piel se eriza y su mirada se ilumina tan sólo al mencionar la palabra Beijing. Y aunque lo intenta, no puede evitar emanar emoción cuando asimila que ha comenzado la cuenta regresiva a la cita veraniega. Tampoco es capaz de disimular los nervios ante las primeras horas del año olímpico.
Sabe que es una de las pocas esperanzas de que México obtenga un oro.
“Mira qué rápido pasa el tiempo. El 2007 ya se fue y ya estamos en el 2008, que será el año más importante para mí, una temporada que espero sea mi consolidación como deportista, un periodo en el que espero ganar la medalla olímpica”, comenta la bajacaliforniana tras culminar una de las dos extenuantes sesiones que a diario realiza de la mano de su entrenadora china Ma Jin.
Su debut olímpico llegó en las Olimpiadas de Atenas 2004 con la mayoría de edad. Tres finales fueron el resultado de su entonces emergente carrera. Es por eso que en Beijing, Paola no puede exigirse otra cosa que no sea la perfección.
“Ya tuve al alcance de mi mano la medalla, casi sentí que la tocaba. Ahora soy una clavadista mucho más madura y preparada para dejar atrás el ya casi y pelear por estar entre los afortunados tres primeros lugares”.
Paola Espinosa es la carta más fuerte de la generación dorada de los clavados mexicanos, aquella destinada a continuar por el camino de excelencia que dejaron atrás Fernando Platas, subcampeón olímpico en Sydney y Marijose Alcalá.
Una camada a la que también pertenecen el clavadista yucateco Rommel Pacheco y la veracruzana Laura Sánchez, ambos con experiencia olímpica.
“Es un gran compromiso representar a mi país. No se trata sólo de cumplir, se trata de hacerlo todo perfecto, de no fallar, de ser la mejor”.
Cada vez que Paola Espinosa se zambulle en la piscina del Comité Olímpico Mexicano, a través del espejo cristalino de agua se dibuja el nombre de la sede olímpica: Beijing 2008.
Una palabra que para la seleccionada tiene muchos significados: reto, México, perfección... oro.
Tiene una sonrisa pícara y una expresiva mirada. Y aunque muchos la consideran tierna y sensible, esa imagen se desdibuja cuando sube al trampolín y se transforma en una férrea guerrera en busca de la perfección para su país y para ella.
“No hay lugar en los Juegos Olímpicos para las personas tibias, el podio es para aquellos que no tienen un minuto de descanso”.
Es el caso de Paola, quien dedica la mayor parte de su tiempo a los exigentes entrenamientos de Ma Jin, quien dibuja y perfecciona en el aire los aproximadamente 100 clavados que ejecuta al día. Son apenas unas horas las que dedica a su alimentación y al reposo.
La exigencia es mucha pero el tiempo es cada día más corto. Siempre hay un detalle qué afinar, una imperfección que su entrenadora se ha encargado de mostrarle. Ella no pierde el tiempo, no asiste a reuniones, sus días se consumen entre la pista y los libros. Sabe que sólo de esta forma podrá cruzar la meta de Beijing con los máximos honores.
“A partir de ahora comienza la preparación más importante. Todos sabemos que los chinos son los favoritos por estar en casa y porque son perfectos. A pesar de todo sé que tengo el nivel para estar compitiendo de tú a tú con ellos”.
No hay razones para que Paola se intimide ante los asiáticos. Ella tiene sus propios méritos para estar en la élite de los clavados a nivel mundial.
Es esa la razón por la que es considerada como la más sólida esperanza tricolor de conseguir el oro.
Paola come una a una las doce uvas de los deseos. Esta vez no pide buenas calificaciones o un clavado perfecto. Es el momento de pensar en ser la mejor, en conservar la disciplina y la constancia para demostrarle a un país entero que su confianza no fue depositada en ella en vano. “Inicia el verdadero reto... lo que venga dependerá de mí”.