“La ciencia no debe nunca pronunciar la palabra imposible; sólo es imposible lo que implica contradicción”.
Antonio Caso
Una vez más México se está quedando rezagado, pero en este caso es en uno de los productos en los que deberíamos estar más avanzados: el maíz.
México no sólo es uno de los lugares originarios del maíz, sino que durante mucho tiempo fue uno de los centros de investigación más importantes de esta gramínea. Aquí se estableció en 1943 el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), de donde surgieron las variedades y técnicas de producción que permitieron la revolución verde que salvó del hambre a la India y a otros países de Asia. Hoy, sin embargo, se prohíbe en México incluso la experimentación en la especialidad de biotecnología en la que se están logrando los avances más importantes del mundo en el cultivo del maíz: la modificación genética.
La presión política para mantener esta prohibición es enorme. Greenpeace, la organización transnacional que ha encabezado la lucha contra el maíz transgénico en México y otros lugares del mundo, llevó a cabo este 18 de diciembre una protesta frente a Los Pinos por una propuesta de modificación del Reglamento de la Ley de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados que al parecer (la verdad es que no me queda claro) debilitaría el Régimen de Protección Especial del Maíz actualmente en vigor.
Desde 1998 se ha aplicado en México una “moratoria” no sólo a la siembra comercial sino incluso a la experimentación con maíz genéticamente modificado. En nuestro país está prohibido tratar de demostrar que el maíz transgénico no es dañino ni para la salud ni para el ambiente. Tampoco se pueden hacer experimentos genéticos para obtener mejores variedades de maíz. En México el conocimiento es peligroso.
El argumento que utilizan las organizaciones radicales ambientalistas para respaldar esta prohibición es que el maíz transgénico “podría contaminar” a las variedades originales mexicanas. Para ellos “contaminar” significa no que puedan generarse variedades tóxicas sino simplemente que pueda haber una mezcla de los genes de estas nuevas variedades con los que desde hace tiempo se han cultivado en nuestro país.
El maíz es originario de México y de otros lugares de Mesoamérica, pero las variedades que hoy conocemos son muy diferentes al teosinte original, cuyas mazorcas medían apenas unos cuantos centímetros de largo. El maíz contemporáneo es una creación del hombre, producto de mutaciones genéticas desarrolladas por agricultores y científicos a lo largo de milenios. Ni en los rincones más apartados de México se cultiva el maíz original.
En los últimos años la producción de maíz ha registrado una revolución tecnológica gracias a la modificación genética. Han surgido así variedades que tienen una resistencia natural a los herbicidas, lo cual permite que estos químicos, que se aplican desde hace décadas en el campo para permitir el crecimiento de las gramíneas, no le hagan daño al maíz. Otras más, como el llamado maíz BT, incorporan a la planta toxinas que acaban con ciertos tipos de plagas.
En México hemos tenido científicos extraordinarios en el campo de la modificación genética. A Luis R. Herrera Estrella, quien actualmente trabaja en el Centro de Investigaciones y Estudios Avanzados (Cinvestav) del Instituto Politécnico Nacional y dirige el Laboratorio Nacional de Genómica para la Biodiversidad, se le ha considerado con frecuencia como el “padre” de las plantas transgénicas. Pero si bien el doctor Herrera Estrella ha podido destacar a nivel internacional por sus trabajos para desarrollar plantas resistentes a la toxicidad de los suelos, particularmente a la acidez producida por el aluminio, muy extendida en México, no puede utilizar su conocimiento para mejorar la producción de la planta que más consumimos los mexicanos: el maíz.
Estoy convencido de que las autoridades mexicanas deben monitorear con todo el cuidado necesario la experimentación y la producción comercial de transgénicos. Puede haber, efectivamente, riesgos que desconocemos en estos procedimientos en que se implantan genes nuevos en los códigos de ADN de algunas plantas. Pero prohibir la experimentación e investigación, prohibir incluso la obtención de conocimiento, es actuar bajo un dogma inaceptable para México o para cualquier país.
El campo mexicano sufre de un atraso tecnológico enorme, el cual es una de las principales causas de su pobreza. Las restricciones a la experimentación, a la inversión y a la propiedad privada han hecho un daño incalculable. Ha llegado el momento en que debemos rechazar las presiones de los fundamentalistas y permitir la modernización de la producción agrícola de nuestro país.
CIFRAS DE TRANSGÉNICOS
Los productos transgénicos representaban el 9 por ciento de la producción primaria agrícola mundial en 2007, según información del Worldwatch Institute dada a conocer en diciembre de 2008. Más de 114 millones de hectáreas en el mundo estaban dedicadas a estos productos. El 51 por ciento correspondía a soya (soja), el 31 por ciento a maíz, el 13 por ciento a algodón y el 5 por ciento a canola (colza, que se usa para producir aceite de cocina). Veintitrés países producían cultivos transgénicos en 2007. El más importante era Estados Unidos, seguido de Argentina y Brasil.
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