Allí estaban esos hombres que le habían dado la espalda a quien luchó por ellos abrumados de prohibiciones, de ritos, de presagios, de sueños, de señales (…): celosos de lo que deseaban, de lo que comían, de lo que decían y emprendían. Sus miradas demorándose sobre cada palabra de la imposible constitución, todos allí marcados, envidiosos, contaminados de sus propios venenos.
En “Morelos: Morir es nada”, de Pedro Ángel Palou.
El patético espectáculo que dan esos pigmeos intelectuales, parásitos insufribles, cínicos pomposos, rapaces insaciables e irritantes inútiles que son nuestros legisladores, ya le ha agotado la paciencia a la nación. Con una cortedad de miras impresionante, se enredan en discusiones sin sentido, echan por la borda el futuro del país y ventilan de manera desvergonzada sus miserias morales y su mezquindad. Mientras tanto, el mundo nos pasa por encima y se burla de nosotros entre la incomprensión y la lástima: “¡Mira a esos estúpidos, cómo se esfuerzan por seguir siendo pobres! ¡Y la calidad de sus representantes! ¿Quién los escoge? ¿Sus enemigos?” Y para fruncir lo arrugado, los encargados del Poder Legislativo (¿?) se encargan de deformar el lenguaje de manera tal que algunas palabras, la verdad, ya perdieron todo sentido. ¿Qué entienden algunos de ellos por soberanía, privatización, progreso y modernización? A mí me parecen sencillamente misterios insondables. Y es que sus definiciones nada más no casan con las mías… ni con las de la mayoría de los mexicanos.
Lo peor es que creen que los hemos de tomar en serio y considerarlos adalides de la Patria. Evidentemente no conocen (ni creo que les importe conocer) a quienes se supone deben gobernar. Y para muestra basta un botón: según encuestas nacionales, los diputados tienen la peor reputación de cualquier grupo en el país, por debajo de las policías y los entrenadores de la Selección Mexicana y del América. Que en un país como éste haya quien sea peor visto que nuestras corruptísimas e incapaces policías, habla horrores de quien es repudiado de tal forma. Creo que si se presentara el Anticristo a rondar por tierras de Anáhuac, tendría mejores estándares de aceptación. Digo, más vale peor por conocer que pésimos ya muuuuuy conocidos. Y al menos el del 666 no haría los ridículos papelones que se avientan los miserables ocupantes de San Lázaro y Xicoténcatl.
Lo peor es que a lo largo de la historia hemos tenido ese mal fario. En momentos decisivos, el Congreso mexicano no ha estado a la altura de las circunstancias y le ha fallado miserablemente a la nación. Si ello se debe a una maldición gitana, a que este pueblo es genéticamente incapaz de generar una clase política de altura, o a que la Virgencita Morena se nos enojó gacho, queda para una reflexión posterior. Lo que sí es que la representación nacional suele fracasar a la hora de los trancazos. Veremos sólo tres ejemplos; pero hay más. Oh, sí, vaya que hay más.
En 1813, José María Morelos convocó a un Congreso de Anáhuac para proclamar la independencia de la América Septentrional (México era una ciudad, no un país) y darle a la nueva nación (que estaba peleando por su libertad en esos momentos… y seguiría en las mismas otros ocho años) una Constitución. Para la historia oficial ésa es la primera representación nacional, título más que cuestionable, dado que hubo diputados novohispanos en la redacción de la Constitución de Cádiz de 1812, incluido un tal Miguel Ramos Arizpe. El mentado Congreso se reunió en la espantosa ciudad de Chilpancingo (lugar en el que, hace no mucho, un amigo mío fue trastabillado en plena calle por una iguana en estampida) y ahí empezaron a grillar, a discutir interminablemente sobre un sustantivo o un adjetivo, a quejarse de que otros diputados comían mejor, a crear un hervidero de envidias que harían ponerse verdes de ídem a las chicas de Wisteria Lane. El colmo fue cuando el mentado Congreso despojó a Morelos (el único que realmente peleaba) del cargo de Poder Ejecutivo (que para maldita la cosa que servía, pero no se lo iban a dejar) y de todo mando militar; sólo “le permitieron” tener una escolta personal. Ah, y le dieron una curul ¡por Nuevo León!, provincia que el vallisoletano jamás pisó. Así le pagaron a Morelos, uno de los mejores hombres que este país ha dado, el haberlos convocado.
Pero eso no fue lo peor. Cuando las fuerzas de Calleja los pusieron de patitas en la calle, los preclaros miembros del Congreso le pidieron a Morelos los custodiara, escoltándolos hasta alcanzar zonas seguras. Y ahí va el bueno de Morelos a proteger a esa pandilla de inútiles y pillos. En el proceso, cayó prisionero, básicamente por tratar de defender a esos gandules. Entre todos ellos no se hacía un Morelos. Vaya, creo que ni un paliacate de Morelos. Por supuesto, al poco tiempo el Congreso se desbandó tras perder al hombre al que habían tratado con la punta del pie.
Fast-forward a 1822. El Congreso electo de acuerdo a la convocatoria del Plan de Iguala se halla reunido en la Ciudad de México para ver qué hacer con el país que recién se ha independizado. La primera opción planteada por el Plan, la de crear una monarquía con la Casa de Borbón, ya quedó descartada (antes de que se me echen encima los patriotas analfabetas de siempre, pidan que alguien les lea el documento de Iguala: Iturbide y Guerrero le ofrecen el trono a Fernando VII o a alguno de los infantes). Por tanto, las puertas están abiertas a diversas alternativas. Mientras el Congreso las discute en un edificio en la hoy calle de Madero, a unas cuadras de distancia, en la Alameda Central, el sargento Pío Marcha distribuye gratuitamente pan y pulque al populacho que por ahí deambula. Tan benemérita acción continuó durante varias horas. Cuando vio que las cultas masas ya estaban incróspitas, Marcha las azuzó para que marcharan (je, je) a la sede del Congreso y le exigieran que proclamara Emperador de la América Mexicana a Agustín de Iturbide, el hombre que después de todo le había dado la independencia. Como se imaginarán, el pueblo/ bebido/ jamás será vencido/ se dejó conducir a la sede del Congreso para plantear tan noble demanda. Los diputados apenas alcanzaron a cerrar las puertas y decir (desde el balcón) que iban a considerar tan pacífica petición. La verdad, no los culpo que hayan votado en el sentido en que estaban siendo coaccionados. De hecho, lo sorprendente es que hubo no pocos diputados que votaron en contra del resultado del chantaje. Pero a fin de cuentas el Congreso apreció más su pellejo que el destino del país, dobló las manitas y antes de que las Adelitas… perdón, la chusma los linchara, votó Emperador a Iturbide. Y desde entonces este país se ha ido por el caño.
En febrero de 1913 el H. Congreso fue convocado a altas horas de la noche para que recibiera el documento de renuncia del presidente Francisco Madero y del vicepresidente José María Pino Suárez, los cuales estaban secuestrados en Palacio Nacional por la traición de Huerta y medio Ejército. Resultaba evidente la ilegalidad del documento, obtenido mediante violencia sobre personas que no estaban en libertad. Ello importó muy poco. En 45 minutos el Congreso aceptó la renuncia, nombró presidente interino a Pedro Lascuráin, éste a su vez hizo el único nombramiento de Victoriano Huerta como Ministro de Gobernación y procedió a renunciar: que al cabo su foto ya iba a salir en los calendarios de carnicería. El Congreso avaló sin mucho ruido la mascarada que condenaba a muerte al bueno de Panchito y su compañero.
Claro que viendo la facha de Huerta cualquiera le dice que sí: era el equivalente masculino de Elba Esther (¡y en alcohólico!). Y claro que un par de legisladores que luego protestaron (Serapio Rendón y Belisario Domínguez) pagaron después con sus vidas. Pero ¿no podrían los miembros del Congreso haber hecho algo más digno? Dejen ustedes que fueran diputados: eran hombres. Se supone que a todo hombre se le debe exigir un mínimo de integridad.
Total, que a lo largo de los siglos, en momentos críticos, nuestros legisladores han enseñado el cobre y demostrado no tener los éstos que se requieren. No les extrañe lo que ocurre hoy. Mejor pónganse a llorar por el presente y el futuro de un país que se niega a progresar.
PD: Los legisladores del FAP, ¿cobraron el día quince?
Consejo no pedido para ser siervo de la nación y no gato del Peje: lea “Morelos: morir no es nada” de Pedro Ángel Palou (Planeta, 2007), interesante visión de un prócer complejo y contradictorio. Provecho.
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