Una reciente nota periodística de la sección de espectáculos nos llamó poderosamente la atención. En ella se informaba que una de las obras de teatro que más han durado en cartelera, “La dama de negro”, no será montada en el Palacio de Bellas Artes para su quince aniversario, como era el deseo de su productor; y ello, dado que en tan augusto recinto no se toleran piezas de terror. ¿Por qué? ¿Qué tiene Bellas Artes que no tenga cualquier otro teatro… incluido uno que otro fantasma? Porque han de saber, amigos, que en el ambiente de las tablas existe la presunción que teatro sin fantasma, no es teatro; o al menos, carece de abolengo. Así que Bellas Artes, al darse esas ínfulas, está traicionando su esencia misma.
Pero otro detalle de la nota francamente nos puso a temblar. Para sazonar el pegue e importancia que ha tenido la obra, la actriz Lilia Aragón comentó que en su momento la habían ido a ver tanto Vicente Fox como Andrés López. El tabasqueño, según la actriz, de hecho se asustó de a de veras. Pero hete aquí que ambos le habían confesado ¡que era la primera vez que veían una obra de teatro!
¿Un adulto que en cuarenta, cincuenta años de existencia no se había parado en un teatro? ¿Ni siquiera para ver a sus hijos disfrazados de abejita, berenjena o campesino emancipado por la gloriosa Revolución que luego procedió a dejarlo en la miseria? ¿Se puede ser un humano cabal sin haber tenido nunca contacto con ésa, una de las primeras y más sublimes manifestaciones del espíritu, de la creatividad? Eso explica en parte en qué manos estuvimos… y en las que estuvimos a un pelo de estar.
Por supuesto, nadie espera que un político mexicano sea culto. Vaya, con que esté alfabetizado nos conformamos. Pero llama la atención el hecho de que dos hombres importantes, uno que dizque nos gobernó, y otro que aspiraba a hacerlo, tuvieran esas pretensiones siendo hombres castrados, estériles, lamentable, patéticamente incompletos.
Y es que eso, y no otra cosa, es un hombre que no tiene contacto con el arte: la mitad de lo que podría ser. Sin ese roce, ¿cómo se puede tener sensibilidad, sentido de la trascendencia, medida de la pequeñez y finitud humanas?
Ya no les pedimos que lean: sabemos de su desdén infinito por las palabras con sentido. Pero ser espectador de teatro no requiere mucho esfuerzo, ningún tipo de entrenamiento. Y en más de media existencia, ¿no haberse parado en uno de esos nobles recintos?
Ésa es la calidad espiritual de quienes pretenden ser nuestros líderes. Y por eso nos va como nos va.