El martes 4 de marzo cumplió el Partido Revolucionario Institucional 79 años de existencia política lo que fue celebrado en toda la República. En su actual condición del PRI como tercera fuerza política en los órganos legislativos federales resulta interesante reflexionar sobre la efeméride ya que hemos militado en sus filas y le debemos un elemental reconocimiento.
No me refiero a ser agradecidos por la eventual oportunidad que PRI nos dio de participar en la vida pública, sino al reconocimiento debido por parte del pueblo de México; o de la sociedad civil, como hoy se le nombra. El Partido Nacional Revolucionario y el Partido de la Revolución Mexicana fueron las organizaciones políticas matrices del actual PRI que tuvieron la atingencia de institucionalizar el ejercicio político y el servicio público que nos benefició con la estructura de Estado que hoy disfrutamos, con vías de comunicación, plantas generadoras de energía eléctrica, educación pública gratuita, servicios hospitalarios, universidades del Estado, libros de texto gratuitos y un largo etcétera.
Políticos engendrados por el PRI en los años cuarenta a setenta fueron entusiastas constructores de obras, procuradores de bienes y servidores del pueblo; pero algunos cometieron errores y otros pusieron al país en situaciones extremas de quiebra económica, como los presidentes tecnocráticos que sufrimos de 1969 a 1987. Éstos expusieron al PRI a una crisis aguda de credibilidad pública y consecuente censura, lo cual posteriormente dio pábulo a la consecuente revisión de los procedimientos políticos y a crear las actuales leyes electorales y el Instituto Federal Electoral. Poco después el propio PRI sufrió en carne propia su primera derrota política en casi tres cuartos de siglo de vida al perder la última elección presidencial del siglo XX.
Resulta histórico e innegable que, bien o mal, el PRI nos gobernó a lo largo de 71 años y aún lo hace, no con el autoritarismo y extensión de antes. Ahora comparte el Gobierno con otros partidos en distintas parcelas, ya en el Congreso de la Unión, ya en los poderes ejecutivos o en las legislaturas locales de las entidades federativas. El PRI ha asumido con civilidad que su opositor clásico, Acción Nacional, ocupe la Presidencia de la República desde hace ocho años por decisión ciudadana; que el PAN detente la mayoría de las curules en la Cámara de Diputados; que igual ocupe muchos escaños en la Cámara de Senadores y que haya obtenido, cosa antes imposible, algunas gubernaturas en los Estados y la representatividad popular en las respectivas legislaturas locales. Además el PRI reconoce que el PRD se convirtió por determinación de los votantes en la segunda fuerza política nacional como resultado de las elecciones del 2006 e igualmente ha conquistado algunos gobiernos y legislaturas estatales. En ese 2006 estuvo a punto de alcanzar la Presidencia de la República.
Por todo esto la celebración priista del martes 4 de marzo no podía ser un aniversario folklórico y populachero, sino una seria conmemoración acorde a sus actuales circunstancias: respetuosa, mesurada y tolerante de las opiniones ajenas. El discurso de la líder nacional, Beatriz Paredes, no cayó en triunfalismos delirantes ni en actitudes derrotistas. Las palabras fluyeron moduladas y cuidadosas ante una realidad patente, pero superable: el PRI no está en sus mejores días, pero aún vive, actúa y logra hablar con la fuerza de los hechos en cada oportunidad electoral. Su objetivo es ganar elecciones y si acaso pierde algunas por voluntad del voto opositor siempre reconocerá los triunfos ajenos que hayan sido obtenidos por medios legales.
El pasado ya pasó. El presente está en marcha. Y el futuro está por concretarse. Históricamente el PRI tuvo muchos protagonismos afortunados y otros no tanto. Así es la vida y así es la política. Los errores ya no se pueden cargar eternamente a la cuenta del tiempo, como se decía en la colonia española: hoy existen sujetos responsables de las instituciones, tanto en el orden privado como en el público. La cuenta del pasado histórico del PRI ya está sobregirada y no acepta más pasivos. Las instituciones políticas demandan ser juzgadas por sus actuales hechos.
De acuerdo al bisoño pensamiento de la sañuda Oposición panista y perredista que tenemos, el PRI parece destinado a cargar ad perpetuam con los pecados de sus viejos dirigentes y de los presidentes de la República; sin embargo los nuevos años le aportarán jóvenes cuadros políticos con la misión de mejorar los criterios ideológicos, las prácticas políticas y los procesos electorales. Estamos apenas al inicio de esta transición. Los dirigentes viciados serán sustituidos por elementos de refresco que podrán decantar los viejos vicios y conservar los auténticos principios ideológicos, programáticos y la gallardía del pasado como inspiración para el presente.