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Nuevos reaccionarios

Federico Reyes Heroles

Con frecuencia el peor enemigo se lleva dentro. México se encuentra en un muy buen momento para catapultarse a un nuevo periodo de prosperidad. Suena irresponsable en un país que arrastra pobreza ancestral. Pero en ocasiones caemos en una autoflagelación que nos ciega frente al tamaño real de los problemas, llega la parálisis que daña a los que esperan el cambio. Son justamente los más pobres y sus defensores los que deberían exigir cambio. Pero no es así. La paradoja es la existencia de una recia oposición al cambio.

Regresemos a la premisa. Podemos estar en el umbral de una nueva etapa de crecimiento. Hace 35 años la tasa de crecimiento demográfico rondaba el 3.5%, duplicábamos la población en alrededor de dos décadas. No había economía que pudiera satisfacer ese paso. Hoy la población crece poco más del uno por ciento. El crecimiento económico rinde más. En 1970 por cada trabajador activo México contaba con un dependiente, es decir con alguien que no aportaba, que necesitaba ser sostenido. Hoy la proporción es inversa, la gran mayoría aporta a la sociedad, a la economía. Los dependientes seguirán descendiendo hasta el año 2025 más o menos.

En la etapa autoritaria la capacidad modernizadora era central y centralista, impuesta desde arriba con frecuencia por el presidente. Es políticamente incorrecto decirlo, ese impulso modernizador pero generó prosperidad y también corrupción. Si algo hay criticable de nuestra incipiente democracia es precisamente esa incapacidad para lograr consensos alrededor de los cambios necesarios. Es absurdo, pero nuestra democracia favoreció al conservadurismo. Aquí estamos en pleno siglo XXI discutiendo si la inversión privada en el sector energético supone la venta de nuestra alma nacional.

Hace treinta años la población rural abrazaba a alrededor de la mitad de los mexicanos. La dispersión, aunada a las deficientes comunicaciones convertían a la obra pública en un verdadero reto. Hoy la población urbana se acerca al 80% con lo cual las obras de municipios, estados y Federación benefician a muchos más mexicanos por cada peso gastado. Hace treinta años vivíamos en una economía cerrada, drogada por los subsidios, deficitaria, inestable, los salarios caían, la inflación galopaba. Cero autocríticas. El estatismo era la única fórmula conocida y sólo nos comparábamos con los más pobres. Hoy miramos para arriba, es doloroso, lentamente aceptamos ya los estándares internacionales incluso en educación. Es un gran logro. La economía está básicamente abierta. Es cierto la competencia real no se ha extendido a todas las áreas, hay monopolios estatales y privados que perjudican al consumidor y merecen ser regulados, pero el país es distinto. La extensión del consumo de las crecientes clases medias les facilita tener un mejor nivel de vida. No era así.

Qué decir de la democracia. En 1976 el candidato priista corrió solo a la Presidencia, en 2000 se dio la alternancia en el Ejecutivo Federal y en 2006 tuvimos una apasionada contienda que recuerda a la competencia de los países primer mundistas. Hace treinta años los derechos humanos eran vistos como un arma de penetración ideológica hoy, con todas sus deficiencias, son una realidad institucional y cultural. Hace treinta años el control oficial sobre los medios de comunicación cobró la víctima más visible en el diario más influyente del país. Hoy una acción así es impensable. Hace tres décadas el Judicial Federal para todo fin práctico no existía, hoy ocupa un espacio incuestionable. La lista podría seguir. Por supuesto que las carencias y lastres también siguen siendo enormes. El asunto es otro.

El mundo ha cambiado muy aceleradamente. La tasa de fertilidad mundial ha descendido de 4.8% a 2.6% en 25 años. (The Economist, enero 26, 2008). Nueve de cada diez habitantes del planeta entre los 15 y los 25 años son considerados como letrados. Por primera vez en la historia en 2008 India Y China serán lo principales aportantes a la economía global. La desaceleración o recesión de los Estados Unidos sin duda afectará, pero el mundo es otro. El fenómeno de las clases medias mundiales, como lo ha señalado Moisés Naím, es sorprendente. Son cientos de millones de personas. Eso para no hablar de las nuevas tecnologías que igual benefician la salud de la humanidad que su capacidad de información y la información es prosperidad.

Nada más lejano a mi intención que favorecer el conformismo, la actitud cómoda de espera de la prosperidad inevitable. Por el contrario, si algo resulta muy preocupante es la venta de pasado que se corre en la plaza pública. Hablamos de un pasado oscuro pero con glorias, quebrantado siempre por algún ogro externo, nunca somos responsables de nuestros errores. Lo peor de todo es que ese mercadeo del pasado glorioso tiene éxito. Ahora resulta que el agro mexicano era un vergel antes de la apertura. Que éramos más soberanos cunado no podíamos exportar, que el monopolio de las empresas públicas nos trajo grandes beneficios, que vivíamos bien cuando estábamos cerrados, en pocas palabras, que el pasado era mejor. Lo fantástico del caso es que de ese mercadeo de pasado pretenden beneficiarse justo los que clamaban por el cambio imprescindible. ¿Quiénes son hoy los conservadores, los retrogradas, los reaccionarios? ¿Cuauhtémoc Cárdenas en la Cámara de Diputados admitiendo que necesitamos un nuevo esquema de desarrollo energético o López Obrador ofendiendo a Ruth Zavaleta, dejando que sus huestes denosten a los propios legisladores perredistas y amenazando al país?

Terminemos con la mascarada. El mercadeo de pasado es el arma de los nuevos reaccionarios.

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