Dicen por ahí que a la oportunidad la pintan calva y hay que agarrarla por los pelos, los pocos que tenga. Y si de repente ocurre una inesperada circunstancia que pueda favorecer a una comunidad, ésta hace muy bien en aprovecharla y tratar de sacarle tajada.
Es lo que ha hecho el pueblo de Obama, una villa pesquera situada al suroeste de Japón. Mal empezó a sonar el nombre de Barack Obama como un posible futuro presidente norteamericano, la pequeña ciudad de 32,000 habitantes se dispuso a sacarle jugo a la coincidencia. Y claro, lo primero que hizo el ayuntamiento fue expresar su apoyo a la candidatura del senador por Illinois. Se pusieron posters con la frase “¡Vamos Obama!” en inglés y nipón. Todo ello, antes del supermartes 5 de febrero, día en que el señor Obama demostró que sus oportunidades de hacerse con la nominación por el partido demócrata son muy reales.
Resultado que, por supuesto, voló a los obamenses. Ahora están por sacar camisetas con leyendas como la previsible “Yo amo a Obama” y la más extraña “Obama es un mundo maravilloso”; otros emprendedores se han puesto a cocinar panecillos con el rostro del precandidato. Y el Ayuntamiento ya le envió, vía la Embajada norteamericana, una muñeca daruma, con la palabra “Victoria” inscrita en el pecho, un tradicional amuleto para la buena vibra a la hora de las elecciones. Y si lo han hecho a través de la representación diplomática, es porque otros regalos (unos palillos de laca, un DVD del pueblo y una carta deseándole lo mejor), enviados por correo, no parecen haber llegado a su destino.
Por supuesto, estas muestras de fervor no son de a gratis. Nadie la baila sin guarache… o bueno, sin sandalias y kimono. El pueblo de Obama espera que el esfuerzo por apoyar a su tocayo atraiga turismo y reviva un poco su economía, que sufre del problema crónico del Japón rural: los jóvenes emigran, la población envejece, el nivel impositivo desciende y las inversiones e infraestructura se van a otro lado.
Bien visto, el apoyo japonés difícilmente repercutirá en la campaña de Obama el candidato. Pero no deja de ser una muestra simpática de los amplios espectros que puede abarcar eso que se da en llamar globalización.
Y nos enseña lo que un pueblo que se niega a dejarse morir, a asistir calladamente a su propia decadencia, es capaz de hacer.
Acá somos incapaces de tener un plan urbano coherente. Llevamos dos décadas intentando sacar a los ambulantes del Centro. Y quién sabe cuánto tratando de ponerle racionalidad a lo que fuera el corazón de la ciudad. Como siempre, otros nos enseñan cómo se quiere de veras al terruño. Y que el cariño no es de dientes para afuera ni hablando. Sino poniendo manos a la obra, y haciendo.