Dos políticos jóvenes en cuyas espaldas gravitan enormes responsabilidades, parecen actuar de manera distinta y por lo mismo distintos podrían ser los resultados.
En el lado sur el presidente de México, Felipe Calderón, llega a su segundo año de Gobierno en medio de un clima cargado de violencia e incertidumbre.
Ante ello recurre a la fuerza policiaca y militar, se atrinchera con sus simpatizantes de partido y lanza mensajes de amenaza y desafío.
No es para menos, la ola de muerte que envuelve al país es inédita, sólo comparable a los tiempos de la Revolución Mexicana. El enemigo o los enemigos son gigantes, pero quizá la estrategia no es la más adecuada o no ha sido aplicada correctamente.
Al Norte de la frontera, el presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama, a mes y medio de iniciar su Gobierno sorprende por su liderazgo y capacidad de sumar fuerzas.
Obama se ha dedicado a tender puentes y buscar consensos. A escasas horas de su triunfo recibió a su adversario John McCain y días después visitó a su rival George W. Bush con una amigable actitud que ya la quisieran para un domingo los políticos mexicanos.
Días más tarde incluye en su Gabinete a su principal adversaria demócrata Hillary Clinton y a miembros de la actual Administración. Recuerda sin complejos que Abraham Lincoln nombró en su Gabinete a sus contrincantes en señal de unidad del pueblo norteamericano.
El señor George W. Bush ha recibido una dura lección de humildad política por parte de Obama y como tanto se ha rumoreado en los medios norteamericanos, al texano le urge dejar la Casa Blanca que abandonará con el índice de popularidad más bajo para un presidente de Estados Unidos. En México no cantan mal las rancheras. El presidente Calderón no ha logrado tender los puentes necesarios para darle la vuelta a la actitud de revanchismo, resentimiento y división que priva entre la clase política mexicana.
Ahí están Andrés Manuel López Obrador y sus huestes, el regente Marcelo Ebrard, algunos gobernadores de Oposición, el panista Manuel Espino, entre otros personajes con los que Calderón no ha logrado una tregua, vaya ni siquiera un acercamiento.
El mandatario mexicano se rodeó en el arranque con figuras reconocidas del panismo y salvo el caso del secretario de Comunicaciones, Luis Téllez, no incluyó a miembros de otros partidos ni a sus adversarios de Acción Nacional.
¿Qué habría sucedido de haber designado a Manuel Espino Barrientos en la secretaría de Seguridad Pública a Santiago Creel en el IMSS e incluso a sus rivales Roberto Madrazo y Andrés Manuel López Obrador en puestos de relevancia?
Hace cuatro meses el nivel de antagonismo y rivalidad entre Hillary Clinton y Barack Obama parecía irreconciliable. ¿Pero qué pasó después? Obama abrió las puertas a todos sus adversarios y hoy en día la señora Clinton “es una de mis mejores amigas”, según describió el presidente electo. Obama tendrá roces con sus colaboradores de primera línea, pero de entrada ha logrado crear un clima de apertura en su nuevo Gobierno.
Mientras en México se mantengan las prácticas políticas del pasado con revanchismo, rencores y soberbias, ni el Gobierno ni el país podrán llegar lejos.
¿Pero quién sería el indicado para abrir primero las puertas y extender los brazos cuando las aguas están tan revueltas y el ambiente tan enrarecido?
La puerta más grande está en Los Pinos y es el presidente Calderón quien debe tener la magnanimidad y tacto político para abrirla y dar cauce a todas las corrientes en pugna por el bien del país y de los mexicanos. De lo contrario el señor Calderón ya puede verse en el espejo de Bush y observar cómo concluirá su Gobierno en cuatro años si los políticos en México siguen montados en su soberbia y arrogancia.
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