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Ocaso (y evaluación) de un tirano

Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

La comidilla de la semana pasada fue, por supuesto, que el Coma Andante Fidel Castro anunció que no buscaría reelegirse como Presidente de Cuba (el título es más largo, pero para el caso) y Comandante (ahí sí) de las Fuerzas Armadas. De los otros cientos de títulos honorarios que se le han concedido durante décadas (como “Líder Imperecedero del Sindicato de Tumbadores de Caña de Camagüey”) y su posición preeminente en el Partido Comunista Cubano, el único autorizado en la isla bella, no dijo ni pío.

Hacer mutis no es sinónimo de desaparecer. Y conociendo al hirsuto tirano, no tiene la menor gana de morirse en el futuro próximo, remoto ni pluscuamperfecto. Y con toda probabilidad seguirá siendo un referente indiscutible luego que el nuevo (¿nuevo?) Gobierno tome las riendas el día de hoy. Hasta qué punto pesen sus opiniones, consejos y órdenes ahora que oficialmente ahuecó el ala, es discutible. Y es que mientras estaba entre bambalinas, nadie sabía en qué momento podía hacer una entrada triunfal. Ahora que salió de la alineación, por mucho que vocifere en la tribuna (así sea en el palco de lujo) quizá puedan darse el lujo de ignorarlo y conseguirse importantes reacomodos.

Todo indica que su hermano Raulito, dinámico y experimentado jovenazo de 76 años, será quien tome el timón. “¿Para qué otro viejito?” me preguntaba una alumna. Bueno, para que éste siga el mismo proceso: que envejezca y se pudra en el poder, y finalmente se lo ceda (vía retiro por decrepitud como Fidel, o por muerte natural, contingencia extraordinaria, pero no inexistente en la familia Castro Ruz) a la nueva generación, que está que afta por echarle mano a lo que desde hace medio siglo ha sido controlado de manera exclusiva por un puñado de barbones que bajaron de la Sierra Maestra.

Si se quiere establecer un paralelismo con lo que ocurrió con la gerontocracia que gobernaba la URSS, y que se fue muriendo con pasmosa frecuencia a principios de los ochenta, okey, se los paso. Pero hay dos diferencias sustanciales: Brezhnev, Andropov y Tchernenko colgaron los tenis (en menos de cuatro años) antes de ser relevados, dado que eso del retiro voluntario no existía en la Unión Soviética (Andropov, de hecho, desapareció de la vista pública durante la última mitad de su mandato, tan mal andaba… pero no renunció ni cuando le desconectaron la máquina de diálisis). Así que no podían ejercer ningún tipo de sombra sobre sus sucesores. Y claro, ninguno de ellos era una figura tan mítica y formidable como Fidel.

Cuando finalmente los vejetes dejaron de consumir oxígeno de oquis, y la Nueva Guardia tomó el mando, ya era demasiado tarde: Gorbachev trató de enderezar una nave soviética que hacía agua por todos lados, y que no estaba preparada para los abruptos cambios de rumbo que decretó el de la mancha en la frente. Y ya sabemos qué ocurrió: la URSS se vino abajo como un castillo de naipes, llevándose entre las patas a la economía cubana, que había ocultado su espantosa ineficiencia gracias a los generosos subsidios provenientes de Todas las Rusias. Ello inauguró para los cubanos un Período Económico de Emergencia que aún no termina. Algo que dura más de tres lustros no sé qué tenga de emergente. La verdad es que la economía cubana siempre fue y sigue siendo un desastre, necesita reformas más urgentes y profundas que la mexicana (que ya es decir) y toda la demagogia sobre el Primer Territorio Libre de América no le da de comer a un solo guajiro. Muchos niños cubanos sufren afecciones de la vista por falta de Vitamina A: no han visto una zanahoria ni en Plaza Sésamo. La mayoría no come carne sino una o dos veces al mes. Las carencias se han agudizado en los últimos tiempos. No han llegado a niveles norcoreanos (el único otro Estado que se insiste socialista en lo económico y político), pero la amenaza de la hambruna podría concretarse más rápido de lo que se podría pensar.

La tentación es mucha para hacer un diagnóstico de lo que representó Fidel para Cuba, para Latinoamérica y para el mundo, pese a que siga en el mundo de los vivos. Lo dicho en el párrafo anterior, creo, sería suficiente para empezar el dictamen: en medio siglo, Castro nunca logró construir una Cuba próspera. El nivel de vida medio de la gente araña los indicadores de los años sesenta. Una revolución que luego de casi cincuenta años es incapaz de darle alimentación y vivienda decentes a su pueblo es un absoluto fracaso.

Sí, se lograron grandes avances en los rubros de educación y salud, como no se cansan de cacarear los admiradores mexicanos de Fidel (que cacarean desde acá; me gustaría que vivieran como cubanos allá, aunque fuera un año, a ver si cantaban tantas loas). Se abatió el analfabetismo, lo que no representa gran ventaja si lo único que se puede leer es el “Granma” o los libros permitidos por el régimen. Ciertamente el nivel cultural y educativo promedio del cubano es superior al del mexicano, lo que no es mucho decir, dado que la comparación se hace con un país cuya población no agarra un libro ni con pinzas. Pero entrar a una librería en La Habana es una experiencia que le arruga a uno el corazón: obras de los santones (del Che, de Fidel, de Marx), una que otra edición pirata latinoamericana (Juan Villoro descubrió con sorpresa una novela suya de cuya impresión nadie le había avisado), libros ilegibles de autores búlgaros o moldavos de nombres igual de ilegibles… y párele de contar. Montones de estantes vacíos y empolvados. Y las inevitables camisetas del Che o con la lúgubre promesa de “Socialismo o muerte”. Ah, ¿se vale escoger? Y claro, saber escribir no resulta muy práctico si desde 1970 no hay bolígrafos en la isla, y tener cuenta de Internet requiere permiso del Estado.

Asimismo se consiguieron grandes logros en lo relativo a la medicina social. Ahí sí, hay que conceder que se avanzó mucho, y el sistema de salud cubano resulta un éxito significativo. El problema es que no hay medicinas suficientes, y el principal recurso de exportación cubano (por encima del azúcar) son sus médicos. Las cuadrillas de batas blancas cubanas andan en una docena de países latinoamericanos y africanos, y sus salarios sirven para pagar las importaciones de petróleo y un montón de manufacturas. Qué tanto ha afectado esta emigración de personal capacitado al cubano promedio, parece ser un secreto de estado.

¿Qué más? Ah, sí, en las Olimpiadas Cuba saca más medallas que el resto de Latinoamérica combinada. ¿Y? Si una atleta estrella resulta quemada por un accidente con una lámpara de kerosene debido a la falta de energía eléctrica (¿Se acuerdan de Ana Fidelia Quirot, especialista en 800 metros?), la verdad…

¿Y el bloqueo? ¿Cuál bloqueo? Usted y yo, amigo lector, podemos estar en La Habana en doce horas si nos da la gana. Hay un hotel español cada doscientos metros de playa. Los chinos están ayudando a explotar el petróleo cubano (y las petroleras gringas ya están en conversaciones al respecto, por cierto). Los sindicatos franceses limpian su conciencia mandando cada año barcos llenos de tractores, berenjenas y artículos escolares (pero no francesas, ¡bah!). Lo que existe es un embargo norteamericano perfectamente inútil y estúpido, que sólo sirve de pretexto para enmascarar el estruendoso fracaso del régimen. Ah, eso sí, el pueblo cubano es muy digno… aunque no pueda protestar ni organizarse libremente ni votar en elecciones mínimamente democráticas. ¿Qué dignidad hay en ser aplastado por una tiranía que ha durado medio siglo, y que limita o impide las libertades básicas? ¿Cuán digno es desafiar a los tiburones del Estrecho de la Florida por querer dejar de malcomer? Quienes ensalzan la dignidad del pueblo cubano, y cómo Fidel se las entregó, no sé si son cínicos o simplemente idiotas.

A fin de cuentas, lo que no se le puede perdonar a Fidel es lo mismo que a don Porfirio: se hizo viejo sin soltar el poder. De joven promesa y carismático ejemplo, de gran promesa de Latinoamérica, se dejó llevar por la ambición y pasó a convertirse en una momia vetusta y patética, terminando por ser una caricatura de sí mismo. No creo que haya mucho más qué decir.

Consejo no pedido para echarse un mojito en la Bodeguita de Enmedio: Vea “Antes que anochezca” (Before night falls, 2000) con Javier Bardem y Johnny Depp, sobre la persecución implacable del castrismo contra el autor Reinaldo Arenas, por escritor… y por gay. Provecho.

PD: ¡Mañana empezamos el Diplomado en Evolución del Siglo XXI (Sí, sí hubo evolución). Informes al 729 63 68.

Correo: anakin.amparan@yahoo.com.mx

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