La semana pasada Carlos Fuentes cumplió ochenta años de vida; y por tal motivo se han realizado todo tipo de festejos, ceremonias y conmemoraciones. Por supuesto, en tan luenga vida ha habido de todo como en botica: libros buenos, malos y excelentes; traspiés políticos marca chamuco y ensayos de gran lucidez; cercanía con grandes hombres y tragedias personales; amistades y traiciones, a veces con las mismas personas. En fin, lo que una vida suele deparar para quien la vive intensamente, y habiendo dado la función en muy distintos ámbitos durante décadas y décadas.
Para realizar un análisis de lo hecho por Carlos Fuentes debe hacerse una distinción que, si en el caso de cualquier escritor es muy pertinente, creo que lo es mucho más con él. Me refiero a la distancia entre el ser humano y el artista, el hombre público y el escritor. Y es que suele ocurrir que nuestra imagen del artífice de repente se viene abajo cuando escuchamos las opiniones políticas del hombre; o conocemos a la pelusa con la que se junta.
Empecemos con Fuentes el hombre:
Fuentes nació para ser cosmopolita. Por accidente vino a este mundo lejos del México en torno al cual girará su obra (es, sin duda alguna, el mejor escritor mexicano nacido en Panamá). Los compromisos diplomáticos de su padre lo llevaron a muy diversos destinos antes de alcanzar la adolescencia; además de que buena parte de su existencia la pasará en el extranjero, en actividades académicas, diplomáticas y personales. Va a ser uno de los primeros ejemplares del mexicano ciudadano del mundo, que lo mismo se siente a gusto en Londres que en la Bondojo, entre embajadores y actrices de Hollywood (le dedica uno de sus libros a Shirley McLaine, no recuerdo si antes o después de que estuviera loca) o entre pelafustanes del peladaje citadino (como los personajes de su guión de cine para “Los Caifanes”). Esta distancia, mantenida irregularmente durante medio siglo, le servirá para concebir una óptica de México muy distinta a quienes creen conocerlo a fondo sólo porque nunca han salido de la patria (salvo a MacAllen).
Ese cosmopolitismo le ha servido para establecer nexos y contrastes entre la identidad mexicana (whatever that is) y las del resto del mundo, en ocasiones de manera sumamente eficaz, a veces en intentos muy fallidos. Además de que le sirve como pretexto para presumir sus amistades, entre las que se cuenta el expresidente Bill Clinton; y hacer unos comerciales muy sangrones sobre la calidad del aire en Cambridge.
Eso sí: siempre ha sido un hombre muy público en México… lo cual le ha impulsado a meter unas patas horrendas. Por ejemplo, cuando al realizar su defensa del presidente más psicóticamente demagogo que hemos tenido que padecer, llegó a exclamar: “¡Echeverría o el fascismo!” Para que vieran que iba en serio, de manos de ese engendro aceptó la Embajada de México en París… sólo para renunciar a ella cuando López Portillo nombró embajador en España a Díaz Ordaz. ¿Le aceptas un hueso a Echeverría y te marchas con cajas destempladas para no ser colega de Díaz Ordaz? ¡Válgame, qué congruente!
Aunque quizá su bronca más recordada en el mundillo intelectual mexicano es la ruptura que tuvo con Octavio Paz, quizá como parte del posicionamiento para ver quién iba a ser el primer Premio Nobel de Literatura de nuestro país. El caso es que dos de los titanes literarios del Siglo XX mexicano rompieron lanzas, la revista Vuelta le pegó duro a Fuentes (en un célebre artículo, Enrique Krauze lo llamó “torero de salón” y otras linduras) y no se volvieron a hablar. Ya sabemos quién rió al último: Paz fue premiado en Estocolmo, y las esperanzas de Fuentes de ocupar el Parnaso (al menos ese Parnaso) quedaron en nada. Y ya para estas alturas…
En los últimos años (o décadas) Fuentes ha sabido mantenerse al margen de las pugnas que tanto distraen y atrasan a este país. Quizá por la experiencia, o por simple cansancio… asunto que revisaremos más delante. O tal vez porque está entregado a la conclusión de una obra concebida como vastísima… y a la que hay que apurarse a completar, oyendo el tic tac del reloj del Padre Tiempo.
Pasemos a Fuentes el escritor:
Lo primero que cabe apuntar es la vastedad y diversidad de la obra de Fuentes: magníficas colecciones de cuentos (Cantar de ciegos); “cuartetos narrativos” y otros ensambles (Agua quemada; Constancia y otras novelas para vírgenes); novelas polifónicas de excelente factura (La región más transparente); meticulosas incursiones en el fenómeno del poder y cómo altera la esencia humana (La muerte de Artemio Cruz; Terra Nostra); intrigas de espionaje y suspenso político (La cabeza de la hidra); ensayos sobre la mexicanidad, la hispanidad y la inmunidad a la humildad (El espejo enterrado, Tiempo mexicano); textos experimentales ilegibles (Cumpleaños) o de plano viles bodrios intragables (Cristóbal Nonato); divertimentos geniales (Aura); profecías pesimistas (La silla del águila); atrevidas incursiones en la deconstrucción de la narrativa tradicional (Cambio de piel); obras de teatro irrepresentables (Todos los gatos son pardos) o sumamente montables (El tuerto es rey)… ¡Ufff! Sin duda Fuentes es uno de los escritores de habla hispana más versátil, audaz, manirroto (literalmente: tiene un dedo deforme, porque todo lo escribe a mano), y de todos los tiempos.
Todo lo cual hay que reconocerle. Muchos autores se plantan en un género, estilo u obsesión, y de ahí no salen. Fuentes no ha dejado de experimentar y explorar desde su primer libro, “Los días enmascarados”, de hace bastante más de medio siglo. Todavía a estas alturas del partido se pone a jugar, tantear y tontear con textos como “Instinto de Inés” o el muy, muy fallido “Inquieta compañía”, en el que se adentra en el género de terror… como si el horno estuviera para bollos. Digo, en estos tiempos, para eso basta con ser narrador realista y objetivo. O cronista de la nota roja.
Como suele ocurrir en una obra tan extensa, hay numerosos desniveles. Especialmente en los últimos diez o quince años esto ha resultado notorio. Y no es para menos. Quienes piensan que el tiempo sólo se lleva entre las patas las capacidades físicas, deberían echarle un vistazo a lo escrito por Fuentes (y García Márquez) luego de que estos personajes pasaron de los setenta años: sin duda, de calidad muy inferior a lo que realizaron en la plenitud de sus facultades narrativas e intelectuales, hace ya un buen rato.
De cualquier manera, entre maravillas y pifias, textos pretenciosos y auténticos clásicos, Fuentes nos ha regalado un universo literario (y que me perdone Alfonso Reyes) sin parangón en las letras mexicanas. En ese microcosmos están algunas de las mejores páginas escritas por cualquier mexicano (o hispanoparlante, si a ésas vamos) de toda la historia. Y creado algunos personajes emblemáticos de la esencia mexicana del Siglo XX, como Ixca Cienfuegos, Artemio Cruz y Laura Díaz. Ah, y Norma Larragoiti, primer personaje literario de ficción (que yo sepa) nacido en Torreón. ¡Feliz cumpleaños, don Carlos!
Consejo no pedido para no salir con su batea de babas de: “Ni modo, aquí nos tocó vivir: en la región más polvorienta del aire”: Mis favoritos: “La región más transparente”; “La campaña”; “Terra nostra”; y “Cantar de ciegos”. Provecho.
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