Una década perdida se deriva de una crisis profunda, que no surge de repente, sino cuyas causas se van gestando con anterioridad hasta que los desequilibrios de tipo estructural terminan por explotar ante cualquier evento, interno o externo.
Para los anales de nuestra historia económica quedó registrado que la década de los 80 se conoce como “la década perdida”.
Durante esos años, el tamaño de nuestra economía sencillamente no aumentó, mientras la población y sus necesidades sí lo hicieron. Nuestro país se había hipotecado usando como aval al petróleo. Cuando inició esa década nuestra preocupación principal era como administrar la abundancia que nos había prometido el gobierno.
No duró mucho el gusto. En 1981 dio inicio una disminución importante en los precios internacionales del crudo, y cuando nos dimos cuenta, nuestra hipoteca ya no tenía una garantía sólida. El 1982 explotó la crisis, se devaluó el peso y la inflación, que ya era alta, se disparó. El resto de los años nos dedicamos a pagar al exterior la enorme carga derivada de ese desmedido endeudamiento al tiempo que se inició un proceso de limpieza de la casa.
Había mucho que poner en orden. Sin duda se cometieron errores de política económica, pero está ampliamente documentado que los orígenes de esta debacle se ubicaban en la década anterior, en el manejo irresponsable de la política fiscal y la monetaria por parte de los gobiernos de Echeverría y de López Portillo, que se complicaron con un entorno internacional poco favorable. Es decir, cuando ocurre una crisis de esa magnitud, existe un conjunto de causas que se van gestando varios años antes, hasta que se llega a un punto en donde los desequilibrios generados (y que tienen raíces estructurales) terminan por explotar ante cualquier evento, interno o externo.
Todo parece indicar que en su nuevo libro, el ex presidentes Salinas ha caracterizado otra década perdida para nuestra historia económica, que se registraría de 1995 a 2006, años correspondientes a las administraciones de Zedillo y Fox.
Estrictamente en términos del crecimiento de nuestro producto real, ambos periodos no son similares. En este segundo caso el crecimiento promedio real del PIB debió ser alrededor de 2.9% anual.
Lo que es cierto es que este crecimiento fue menor a lo deseable si se considera nuestro producto potencial y el crecimiento de la población y sus necesidades. En todo caso ¿podríamos hablar de una década “semiperdida”?, porque crecer por debajo de nuestro potencial es una situación ineficiente e implica desperdicios. En fin, habrá que esperar a la publicación de libro para poder revisar con más detalle los argumentos y la documentación al respecto. Seguramente generará algunos debates económicos y políticos interesantes y acalorados.
Lo que me intriga más es que si efectivamente Salinas habla de una década perdida en el lapso señalado y que inicia con la crisis del peso en diciembre de 1994 (error de diciembre) y una profunda caída en 1995 que nos costó muy caro a los mexicanos en términos no sólo de producto e ingreso que se dejó de generar, sino por la transferencia enorme de recursos que implicaron los programas de rescate, entonces deben de existir una serie de causas que se fueron gestando con anterioridad al evento y que terminaron por provocar profundos desequilibrios que no fueron bien atendidos por la nueva administración, pero que probablemente hubieran explotado de todos modos.
En su libro de 2000, Salinas no ofrece los argumentos suficientemente convincentes sobre el tema, así que esperaría que en esta ocasión si ocurriera. En lo personal no intento defender lo indefendible. Desde luego que en las dos administraciones aludidas se cometieron diversos errores en sus diseños y decisiones de política económica, algunos ya ampliamente documentados y otros aún por serlo.
Es cierto que nuestro crecimiento fue pobre y los rezagos que se generaron son diversos y también es cierto que los mexicanos pagamos muy caro esos errores y los seguiremos pagando en términos de su costo de oportunidad. Pero yo creo que la historia económica de las últimas dos o tres décadas en una visión integral e imparcial está aún por escribirse. Hay responsabilidades compartidas. Mucho se ha venido señalando que una de las principales razones por la que nuestro país no crece es que su economía y el Estado están capturados por grupos de poder, rentistas que derivan ganancias de procesos redistributivos gracias al poder monopólico que ejercen en sus esferas en el sentido más amplio.
Pero algunos de estos grupos se gestaron precisamente a principios de la década pasada bajo el cobijo de errores de política, aunque otros ya existían y sólo se fortalecieron. Por ejemplo, es difícil entender a cabalidad Fobaproa si no se considera el proceso de reprivatización bancaria y el desarrollo del marco de regulación prudencial y de supervisión del sector financiero a principios de los noventa. Seguramente que en las tres administraciones involucradas existen aciertos, así como errores, pero que aún habrá que evaluar con una mirada objetiva e imparcial.
* Investigador de la División de Economía del CIDE y de la EGAP-ITESM-CCM
Comentarios: alejandro.villagomez@cide.edu