Una de las mejores noticias internacionales de estos últimos días fue la detención de uno de los prófugos de la justicia (en teoría) más buscados a nivel mundial: Radovan Karadzic. Karadzic, un psiquiatra que se cree poeta, presidió la república serbio-bosnia durante la guerra civil yugoslava. En ese carácter, orquestó las operaciones de limpieza étnica en Bosnia-Herzegovina, que implicaron el asesinato de decenas de miles de personas y el desplazamiento forzoso de cientos de miles.
En gran medida, los principales horrores sucedidos en Bosnia en el primer lustro de la década pasada fueron obra de Karadzic. Por ello, cuando se creó la Corte Internacional para Crímenes de Guerra en Yugoslavia en 1995, uno de los primeros indiciados fue Karadzic. El cual se volvió ojo de hormiga, junto a su subalterno militar, Radko Mladic. Ambos se convirtieron en los criminales de guerra (otra vez, en teoría) más buscados por la justicia internacional.
Insistimos con lo de “en teoría” porque todos sabíamos en dónde estaban: en Serbia, cuyo Gobierno la verdad no hacía mucho que digamos por buscarlos y detenerlos. En parte, porque ese mismo Gobierno los veía como héroes; en parte, porque no deseaba provocar la reacción de los ultranacionalistas serbios, totalmente opuestos a la extradición de Karadzic. Y en parte, porque era poco lo que la comunidad internacional podía hacer; y a Serbia le importaba un bledo lo que ésta opinara: de cualquier forma, Serbia era un paria en el ámbito continental y mundial.
Pero hace unos meses hubo un cambio de Gobierno en Serbia. El poder recayó en políticos más modernos, que comprenden que su país tendrá un negro destino si continúa fuera de la Unión Europea. Y la Europa de los 27 había sido muy clara al respecto: si no había un esfuerzo real para llevar ante la justicia internacional a los criminales buscados, no había ni qué hablar sobre la candidatura de Serbia a ingresar a la Unión Europea.
Por ello no es de extrañar que el nuevo Gobierno serbio puso manos a la obra cuanto antes, y en unas semanas hizo lo que otros no habían logrado en años: identificar y detener a Karadzic. El cual, todo hay que decirlo, se esmeró para cambiar su apariencia.
Al ser detenido era prácticamente irreconocible, con una espesa barba, lentes de fondo de botella y una melena marxista. De por sí siempre nos dio envidia la mata de cabello que tenía en la cabeza, pues ahora más. En todo caso, al fin Karadzic tendrá que responder por sus crímenes. Y estando las cosas como están, ¿apuestan algo a que pronto lo acompañará Mladic? Entonces sí podríamos hablar de justicia.