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Pakistán actual

Julio Faesler

El asesinato de Benazir Bhutto la semana pasada en Pakistán sacudió escenarios más allá de las fronteras de esa turbulenta república islámica. Al añadir este nuevo elemento desestabilizador a su tablero político el futuro de la región exhibe los claros peligros políticos, económicos, militares y sociales que se ciernen inextricablemente conectados entre sí.

Pakistán es pieza maestra en la estrategia que han venido instrumentando los norteamericanos para desactivar las bandas terroristas de Al Qaeda y otras organizaciones fundamentalistas que se guarecen en la zona limítrofe con Afganistán.

Las elecciones presidenciales en Pakistán, previstas para este día 8 de enero han quedado rebasadas con los últimos sangrientos acontecimientos. Desaparecida Benazir Bhutto, que fue dos veces Primer Ministro, y con otro personaje, Nazwar Sharif, también ex Primer Ministro, el otro candidato a la presidencia, abre otro capítulo de incógnitas. Se complica todavía más el enredado proceso de gobernabilidad y democratización, ya muy retrasado, única posibilidad de realizar un desarrollo económico y social pacificador. La inestabilidad de Pakistán plantea otra seria preocupación internacional: forma con la India una de las tres potencias nucleares de Asia.

Conocer quién fue el autor del asesinato de la señora Bhutto es acertar en saber cuál de los diversos intereses políticos, religiosos o comunales prevaleció entre los que querían que ella desapareciera. Una tesis plausible es que la todo ponderosa ISI, Agencia Oficial de Inteligencia de Pakistán, habría ordenado el asesinato para debilitar más a Pervez Musharaff y reforzar el poder de los militares que han venido dictando la suerte del país desde su traumático nacimiento en 1947.

Otra posibilidad es que los mismos militares sintieron que de triunfar en las elecciones Bhutto, cumpliría su reiterada promesa de marginarlos y consolidar un sistema parlamentario ciudadano con una reestablecida judicatura. Otra conjetura es que el propio presidente Musharaff, ya sin uniforme, temeroso de la popularidad de Benazir que recién regresaba de su exilio en Londres, mandó reducir el cuerpo de seguridad que debiera protegerla del asesino que finalmente la alcanzó.

Ya sin Benazir, el país entra en una fase de incertidumbre que, entre otros afectados, deja a los Estados Unidos en la necesidad reafirmar su alianza con Pervez Musharraff como el único factor confiable en un tablero revuelto o bien buscar reemplazar a Bhutto con quien pueda ser una esperanza de orden constitucional. Por el momento el partido de Bhutto, el PPP fundado en 1967 por su abuelo Zulfikar Ali, trata de sostenerse nombrando a su adolescente bisnieto, Bilawal, como Secretario General.

El que Musharaff haya dejado, al menos formalmente, el mando de las Fuerzas Armadas, confirma el poder de éstas y acentúa su distanciamiento de Estados Unidos que ahora tiene que buscar otro aliado para combatir el terrorismo internacional. Mal momento para Estados Unidos que, por una parte, va quedándose solo, de fracaso en fracaso, en su frustrada guerra en el vecino Irak, y por la otra, enfrenta en casa una anunciada recesión que limita su potencial económico y desanima a su cansada población en un año electoral.

Para la India, la coyuntura no es fácil. Si bien el servicio ferroviario que une a Lahore (Pakistán) con Amritsar (India) sólo fue temporalmente suspendido previniendo disturbios, la realidad es que los focos violentos alimentados por nuevos grupos árabes, tártaros, uzbecos, tajliks, y árabes, todos ellos adictos a Al Qaeda, se preparan para mantener a Pakistán instable, atacando a otras figuras políticas o centros religiosos, todo ello como reacción a la campaña antiterrorista de instigación norteamericana que identifican con Musharaff. Esta turbulencia suele desbordarse en incursiones transfronterizas de militantes cachemiros y de otros grupos en lugares inesperados.

China tiene que revisar su tradicional apoyo a todo lo que acontece en Pakistán. Con India se presenta una inevitable tarea coordinada de promover cualquier equilibrio que sea viable en su común vecino Pakistán, área demasiado crítica que no pueden dejar al garete en un caos que aumenta. Los ambiciosos planes de desarrollo de esas dos grandes potencias no lo consienten.

El intercambio de información sobre sus respectivas instalaciones nucleares es apenas una de las medidas indispensables de seguridad. Faltan las que dieran orden, quizá democrático, a un país que no lo conoce. La interferencia de Estados Unidos por ahora sólo ha complicado más las cosas.

juliofelipefaesler@yahoo.comm

Enero 2008.

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