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Palabras de Poder

Jacinto Faya Viesca

“Inconciencia de nuestra felicidad”

¡Qué tristeza: hemos sido mucho más felices de lo que siempre hemos creído, pero psicológicamente hemos sido inconscientes de ello! Lástima, porque lo que no está en nuestra conciencia no nos pertenece.

Inclusive, actualmente, somos mucho más afortunados de lo que pensamos. Sólo, que por desgracia, nos hemos tragado por entero la falsa concepción de la felicidad que nos ha vendido nuestra civilización occidental, a partir de la Revolución Industrial: el que la felicidad consiste en un sinfín de placeres donde el dolor nunca se asoma.

¿Podemos ser felices cuando no somos consciente de ello? No, no podemos serlo. Y el mejor ejemplo lo tenemos cuando de pronto, la madrastra fortuna, la mala suerte, nos ha golpeado en el ahora; y de pronto, comparamos los años que hemos vivido sin grandes pesares ni pérdidas, y al estar sufriendo los agobios del presente nos damos plenamente cuenta de lo felices que fuimos en el pasado; qué lástima, nos dimos cuenta tarde.

Una de las tragedias cotidianas que padecemos los seres humanos, es que no apresamos en nuestra conciencia una enorme cantidad de sucesos favorables y de estados óptimos en nuestras vidas. Y en cambio, al menor dolor físico, un mediano sufrimiento moral, enturbian nuestra felicidad y se arroban nuestra conciencia, la que se convierte en nuestra enemiga, pues filtra todo lo bueno que nos pasa, quedando en su cedazo las minucias del dolor y la preocupación.

En cambio, hay personas que actúan al revés: su conciencia registra todos los acontecimientos favorables que le suceden en el día: sus conciencias son los espejos que les hacen ver todas las delicias que les brinda el día.

Nos acostumbramos a lo bueno, y pronto, lo vamos desvarolizando, restándole importancia, hasta que se desvanece, al igual que la niebla cuando alumbra el Sol. Y es por esto que la sabiduría popular dice: “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido”.

¿Cuántas miles de ocasiones hemos perdido para ver los rostros y oír las voces de nuestros hijos y seres queridos? ¿Cuántas miles de veces hemos dejado de ver las estrellas, el cielo, la naturaleza, saborear nuestros logros, por estar metidos en las tumbas oscuras de nuestras preocupaciones; por estar rumiando nuestras frustraciones y envidias; por estar vigilantemente angustiados de un preocupante futuro del que no tenemos la certeza que llegará para nosotros?

¡Qué triste: la experiencia de la planicie del dolor predomina sobre las cumbres de nuestros logros y felicidad! ¿Qué acaso no sabemos que podemos convertir a nuestro cerebro y a nuestra conciencia en verdaderos rumiantes que permanentemente nos pongan ante nuestra vista todos los logros y momentos felices de nuestro pasado?

¿Quién nos dijo, que la felicidad nos viene como un destilado puro, parecido a las delicias de los Ángeles o Dioses? Al menos, la felicidad humana implica vivir dentro de permanentes dificultades y dolores de todo tipo. La felicidad es dinámica, y es el resultado de algo que hemos hecho, pensado o sentido, pero jamás puede ser un objetivo que se alcance de manera directa. La felicidad se da, siempre, como un subproducto. La felicidad no es estática, algo que no se mueve y que permanece siempre quieta.

Qué preferimos: ¿estar en la vida luchando permanentemente o gozar (claro que no se puede), de la paz de los sepulcros? ¿No es siempre preferible arriesgarse a formar un hogar donde habrá dificultades, pero inmensos gozos que nos darán nuestros hijos y nuestro cónyuge, en vez de evitar las dificultades de una familia y elegir la soledad más completa?

Siempre será preferible encariñarnos con un buen número de personas, con la seguridad de que algunas de ellas nos dejará, nos traicionará o simplemente morirá, sufriendo por todo esto. Siempre serán preferibles estas situaciones, a evitar relaciones afectuosas por los sufrimientos que puedan implicarnos, eligiendo, en consecuencia, no encariñarnos con persona alguna, y renunciando a la amistad, al compañerismo y a la solidaridad.

A este tipo de riesgos y pesares, Critilo nos recuerda al psicólogo humanista AHBARAM MASOLOW, quien los llamó “privilegios de la infelicidad”. Imposible que la felicidad venga sola y pura. Siempre vendrá con los “privilegios de la infelicidad”, es decir, con esos riesgos y esos sufrimientos que padeceremos por habernos comprometido a estar meditos de lleno en la vida. “El que no se arriesga no gana” dice el proverbio. MASOLOW nos invita a disfrutar de las “miserias de la vida superior”. Miserias propias de quienes se arriesgan a crear, a trabajar creativamente y con esfuerzo, a comprometer su corazón con otro corazón. ¿Qué queremos, una vida con logros y fracasos, miel y hiel?, ¿o una vida con una paz aparente, como el que se evade en el alcoholismo y los estupefacientes?

“La vida es milicia en la Tierra”, nos dice la Biblia. “Mil veces mejor aspirar a una felicidad mezclada con los pesares y la lucha, a una paz parecida a la muerte”.

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