“Del egoísmo al ego-altruismo”
Pensar más allá de nuestros propios intereses, exigiéndonos cobrar un interés serio, expresado en servir a los demás, constituye uno de los hábitos más eficaces para la integración de nuestra personalidad.
VÍKTOR FRNKL definió lo ajeno como “aquello que sólo nosotros mismos no somos”. Volcarnos al exterior en bien de los otros, es abandonar el egoísmo en servicio del altruismo. El médico HANS SEYLE decía que la conducta más sana que podíamos adoptar consistía en manifestarnos de una manera ego-altruista. Es decir, proteger nuestro yo, nuestros intereses, pero haciéndolo de tal forma, que la protección de nosotros sea una derivación de la protección de los demás.
Servir a los otros sin dejar de protegernos constituye una de las características más saludables en todas las dimensiones de nuestra existencia. El egoísmo nos enfoca en nosotros mismos, lo que no nos permite adentrarnos en otras personas y en sus necesidades. Escribió CICERÓN: “Nadie puede ser feliz cuando es capaz de todo por sí mismo y pone en sí todas las cosas”. Y el creador de los Ensayos, el Francés MONTAIGNE, expresó: “Quien no vive de alguna manera para los demás, vive para sí mismo”.
En cambio, el altruista está invadido por un sentimiento y una norma de conducta que lo mueve a realizar el bien de otros, aún a costa del propio.
SAGAN, que estudió los factores que inciden en el hecho de que ciertas personas sean más longevas y felices, escribió: “A pesar de su elevada autoestima, las personas sanas no son excesivamente indulgentes con ellas mismas y no les interesa exclusivamente su propia persona o su propio bienestar. Más bien se fijan objetivos que van más allá de su propio beneficio. Puede tratarse de objetivos muy elevados o muy modestos, pero lo determinante es que la naturaleza de los mismos no es egoísta, sino que se benefician otras personas. Esas personas son compasivas y poseen un marcado espíritu colectivo”.
Toda persona egoísta padece de un inmoderado amor que tiene por sí mismo y que lo hace ordenar todos sus actos al bien propio, sin atender el bien de los demás. Cuando padecemos de un amor inmoderado por nosotros mismos es casi imposible que podamos experimentar uno de los sentimientos más sublimes: la compasión. Y es que la compasión es un sentimiento de lastima motivado por la desgracia o mal que otro padece. Al no ser capaces de sentir compasión, es imposible que podamos gozar de un sentimiento de plenitud del mundo.
Interesarnos en el bien de los demás es una tarea imposible si carecemos de la inclinación por la comprensión de las necesidades de los demás. El que comprende al otro, puede penetrar en su corazón, y sólo así podrá entenderlo. ¿Pero cómo vamos a entender a nuestro cónyuge, hijos, y otras personas, si nuestro objetivo es defender a toda costa nuestro particular interés? Encerrarnos en nuestro exclusivo interés implica cerrar las puertas a la posible comprensión del interés de otro.
Uno de nuestros fracasos humanos estriba en que primero fijamos objetivos para nuestra vida sin que previamente intentemos comprender las cosas, situaciones y personas con las que vamos a interactuar. Esto es tanto como poner la carreta delante de los bueyes que la van a tirar.
Para ELZABETH LUKAS, la comprensión de los valores e intereses ajenos actúa sobre nosotros de tres formas distintas:
Primero: Despierta nuestra voluntad de servir a los valores de otras personas, y trabajar por su consecución y realización. Segundo: La visión de valores nos aclara la importancia de no agotar nuestros recursos y protegernos del cansancio y de la extenuación. Tercero: La visión de los valores libera de la obligación de tener que actuar.
No se trata, de que al servir a los demás dejemos de proteger nuestros propios intereses; ni tampoco estamos defendiendo la idea de que destrocemos nuestra seguridad profesional y económica, ni que terminemos con la integración de nuestra familia. Todos estos intereses nuestros son fundamentales para vivir de una manera saludable. Pero, si tenemos en cuenta a los demás, nuestro egoísmo lo convertiremos en un auténtico ego-altruismo. Es decir, que sirviendo a los otros alcanzaremos nuestros fines más queridos y valiosos.
CRITILO piensa que si nos entregamos a los demás sirviéndolos de una manera creativa y si crecemos interiormente con ese servicio; y si además comprendemos los valores de los otros, estaremos en la posibilidad real de comprenderlos. Si todo esto lo armonizamos, estaremos protegiendo los intereses nuestros al proteger intereses ajenos, y esto, es enormemente enriquecedor, pues nos dará tal satisfacción, que nos permitirá acceder a niveles superiores de salud emocional y espiritual.