Fácil es animar a un oyente al deseo de la rectitud
La naturaleza del ser humano, la maravillosa complejidad de su cerebro, los sacrificios de su solidaridad al dar la vida por otros, el amor maternal que ha logrado que la especie humana haya sobrevivido desde hace cientos de miles de años, sus infinitas bondades que lo hacen semejante a Dios (hecho a su imagen y semejanza, nos dice la Biblia), su inmensa y genial creatividad; todo esto, nos convence de que la Naturaleza, Dios, o ambos, sembraron semillas en el alma de todo ser humano para que fuera capaz de ejercer valiosísimas virtudes.
“La naturaleza no ha creado nada tan alto que con esfuerzo no pueda ser alcanzado por la virtud”, escribió el Romano QUINTO CURCIO RUFO.
¿Qué es la virtud? El genial SAN AGUSTÍN opinó así: “La virtud es el arte de vivir bien y con rectitud”.
El hombre, potencialmente, es capaz de todo: de actuar mucho peor que la Bestia más cruel y sanguinaria; pero también, capaz de actuar como si fuera la encarnación del propio Cristo. El poeta Alemán GOETHE, decía que él no conocía de ningún crimen por más atroz que fuera, que él no fuera capaz de cometerlo.
¿Nuestros genes nos determinan a ser malvados, o bien, nos inclinan sólo a comportarnos con rectitud? ¿O es el medio social el que permite desarrollar la bondad de nuestra naturaleza? ¿O acaso, por más mal dotados que estemos genéticamente para el bien, un medio social adecuado nos lleva a amar la virtud y a despreciar el vicio?
La genética más avanzada ha comprobado científicamente, que unas personas más que otras, tienen una mayor inclinación a comportarse viciosamente, o bien, a conducirse con virtud. Pero estos sabios de la genética han hecho un deslumbrante descubrimiento: la conducta malvada, o bien, la conducta virtuosa sí está condicionada genéticamente en cierto grado, pero jamás los genes “determinan” ambas conductas. El medio social, las circunstancias, la permanente formación moral, emocional y social de toda persona, nos puede conducir a “elegir libremente”, o bien, nos puede inclinar a las peores perversiones.
SÉNECA, el gran pensador de Córdova, España, pero radicado desde niño en Roma, hasta su muerte, sobre el tema que estamos tratando, escribió las siguientes reflexiones en su Epístola a Lucilio, número 108, en su párrafo octavo, lo siguiente:
“Fácil es animar a un oyente al deseo de la rectitud, pues la naturaleza nos ha dado a todos los fundamentos y la semilla de las virtudes: Todos nacimos para todas ellas; así que, cuando el animador se le acerca, entonces aquellas bondades del alma, cual si de un sopor los liberasen, se despiertan. ¿No ves cómo retumban de aplausos los teatros cada vez que se dicen ciertas cosas que públicamente reconocemos y con nuestro consenso atestiguamos que son verdaderas? Por ejemplo: “Mucho le falta a la pobreza, todo a la avaricia: para nadie es bueno el avaro; para sí mismo pésimo”. Al oír estos versos, hasta el más sórdido aplaude y se complace de verse afrentado a causa de sus vicios”.
¿Acaso una persona que ya en su juventud o edad adulta tiene la costumbre de comportarse viciosamente, podría cambiar radicalmente de conducta, y llegar a comportarse en adelante, de manera virtuosa? En estos casos, y haciendo a un lado su herencia genética y el medio social en que se ha desarrollado, podemos decir, que en la gran mayoría de los casos, ¡claro que sí, que podría cambiar para bien radicalmente su vida!
¿Quién lo dice? Nos lo ha venido diciendo la propia experiencia. Todos sabemos de personas que en su adolescencia, juventud, o adultez tuvieron un comportamiento inmoral, y que poco después, cambiaron sus vidas. Esto sucede, dada ciertas experiencias cumbres: la muerte de un ser que les fue muy querido, el padecimiento de una grave enfermedad, una determinada iluminación religiosa, un sufrimiento intenso y muy prolongado, un psicoterapia eficaz, etc. Por lo general, jamás llegamos a la cordura sin antes habernos comportado muy insensatamente.
CRITILO nos dice que aun en nuestros círculos más cercanos, nos hemos percatado de personas que han experimentado estos radicales cambios. Millones de personas han cambiado por un solo hecho: por haber leído las grandes novelas del genial novelista ruso DOSTOYEVSKI. Quien lea a este conocedor de todos los pliegues del alma humana, ya no podrá ser la misma persona; su alma se habrá elevado.