El Apetito desordenado de bienes y placeres
La “concupiscencia” consiste en el apetito y deseo de los bienes terrenos, y en un apetito de placeres carnales. Toda persona dominada por la concupiscencia, está excesivamente deseosa de bienes materiales, y está dominada por la afición a los placeres materiales, particularmente a los sexuales.
La concupiscencia es un efecto, y la causa la encontramos en un desorden de nuestros afectos que nos inclinan en demasía a la obtención de bienes y de placeres, y en ese sentido, la concupiscencia es un vicio que por lo general, nos daña directamente, y dañamos severamente a otras personas.
La concupiscencia nos conduce a la avaricia, al robo, a engañar mujeres con tal de obtener placeres sexuales. Todo concupiscente en alto grado, no respeta los bienes ajenos, sacrifica su vida con tal de obtener riquezas, y asfixia su vida en diversidad de codicias. Para el concupiscente no hay equilibrio, medida, justicia, ni respeto a los seres humanos.
Para el emperador Marco Aurelio, “las faltas cometidas por concupiscencia son más graves que las cometidas por ira. Porque el hombre que monta en cólera parece desviarse de la razón con cierta pena y congoja interior; mientras que la persona que yerra por concupiscencia, derrotado por el placer, se muestra más flojo y afeminado en sus faltas. Con razón, pues, y de manera digna de un filósofo, dijo que el que peca con placer merece mayor reprobación que el que peca con dolor” (como en el caso de la ira). Esto significa, que muchas veces, el hombre que actúa con cólera se ha visto forzado a ello por alguna injusticia que cree que le cometieron. En cambio, el concupiscente se lanza a la injusticia con toda conciencia y con absoluta mala fe.
La “ira” es una cólera o enojo. Nadie se pone en cólera sabiendo que no tiene razón. Por supuesto, que el que explota en ira pudiera no tener la mínima razón para encolerizarse, pero él cree, que sí la tiene. Todo iracundo explota con franqueza, aun cuando no tenga la menor razón para comportarse así. En cambio, el concupiscente actúa siempre con perversa maldad. El concupiscente que comete estupro a una mujer, que engaña a sabiendas a otros, el que quita bienes que no le pertenecen, el avaricioso, siempre actúa a sabiendas de lo que hace; planea las cosas, y con toda la sangre fría las ejecuta.
El iracundo, explota de pronto, y si se da cuenta de lo injustificado de su cólera, se siente avergonzado y triste. En cambio, el concupiscente se deleita previamente con el mal que va a cometer, y después de cometido, goza por el bien adquirido o por el placer disfrutado. La persona concupiscente (hombre o mujer) actúa con perversidad, y no se arrepiente de sus actos.
En todo hombre concupiscente, hay rasgos de un ser con graves afeminamientos. El concupiscente jamás se deleita en el esfuerzo, el sacrificio, en la generosidad, la valentía, sino que las fuentes de sus gozos es lo suave, lo cómodo, lo carnal, y lo desmedido de sus placeres.
El concupiscente se tiene muy poca confianza, y las demás personas son instrumentos para sus riquezas y placeres. Él piensa y siente, que el mundo está para proporcionarle la realización de sus deseos por adquirir bienes y la satisfacción de sus placeres, aunque con ello destroce la vida de otros.
Para Critilo, todos estamos expuestos a caer en este vicio, pero si nos ponemos a pensar en los graves males que día a día se causan por esta enfermiza debilidad, nos quedaríamos asombrados, y haríamos lo imposible por no caer en esta vergonzosa conducta. Este vicio es el causante de la codicia, de la avaricia, del destrozo de matrimonios y amores, del engaño afectivo a mujeres de buena fe, etc. Todo lo que podamos hacer por aniquilar este afeminado vicio, será a favor de un carácter personal mucho más sano, y de una mejor sociedad.
