Las palabras engañosas del necio
“!Oh cara discreción, qué ropajes llevan sus palabras! El necio ha implantado en su memoria un ejército de buenas palabras, y conozco a muchos necios, en mejor posición y acicalados como él, que por una palabra ingeniosa vuelven del revés el asunto”. Así se expresa el personaje Lorenzo, en la Obra, El Mercader de Venecia, de Shakespeare.
Y un poco antes, en la misma obra, Lorenzo dice: “Te ruego que entiendas a un hombre sencillo y sus intenciones sencillas”.
Y en unos renglones anteriores de esta obra, Lorenzo exclama: “¡Cómo puede cualquier imbécil jugar con las palabras! Creo que pronto la mejor gracia del ingenio será el silencio, y los discursos crecerán aborrecibles sólo en los loros”.
Es casi unánime la opinión de los grandes críticos literarios, en el sentido que Shakespeare ha sido el escritor más brillante y más sabio que ha dado la humanidad. Es tan genial la combinación de ideas que Shakespeare escribe en las tres citas anteriores de Lorenzo, que sería muy interesante dar una opinión sobre ellas.
En primer término, la expresión, “¡Oh cara discreción, qué ropajes llevan sus palabras!”, hace alusión a la importancia de la discreción, misma que va envuelta en un adecuado ropaje, es decir, que la discreción siempre implica el uso equilibrado y muy atinado de las palabras. Palabras de más, de menos, o inadecuadas, podrían nulificar la intención de ser discreto.
La “discreción” no es más que la prudencia y tacto para juzgar u obrar. Es el don de expresarse con ingenio y oportunidad. El “necio”, por esencia, jamás puede ser discreto. El necio es un ignorante de lo que podía o debía saber. El necio se obstina sin razón, y habla y actúa con imprudencia. Shakespeare nos advierte, que el necio ha implantado en su memoria un ejército de buenas palabras, pero dada su necedad y obstinación irrazonable, un asunto que puede ser bien planteado, lo plantea al revés. Y esto es cierto, pues no importa que el necio haga uso de un buen número de palabras, ni tampoco, de que diga una palabra ingeniosa, pues la esencia de un asunto no puede plantearse sólo con ingenio o con buenas palabras, sino que se requiere de la prudencia y tacto del discreto.
Shakespeare llega al corazón del problema cuando expresa en la voz de Lorenzo: “Te ruego que entiendas a un hombre sencillo y sus intenciones sencillas”. Y es que en la gran mayoría de los casos, la sencillez y las intenciones sencillas son parte de la naturaleza de las personas discretas. La complejidad, en oposición a la sencillez, denota la ausencia de una buena intención. Y es que la buena intención es hermana de la franqueza, del planteamiento sin adornos ni artificios, mientras que la ampulosidad y la verborrea revelan no muy buenas intenciones.
Una máxima de la Roma Antigua, dice: “La naturaleza se complace en las cosas sencillas”, y el poeta latino Ovidio escribió: “La simplicidad, cosa rarísima en nuestro tiempo”.
Shakespeare se queja de las personas que hacen uso inadecuado de las palabras: “¡Cómo puede cualquier imbécil jugar con las palabras! Creo que pronto la mejor gracia del ingenio será el silencio...”.
Critilo se queda con la idea de que debemos conducirnos al hablar con una gran discreción y no dejarnos engañar por aquellas personas que haciendo un uso florido de las palabras, no son discretas, sino que se trata de personas que con palabras ingeniosas un asunto correcto lo vuelven al revés. Y Shakespeare tiene razón: no podemos jugar con las palabras, debemos hablar con discreción, y esto exige simplicidad, intenciones sencillas, y alejarnos de toda necedad de nuestra parte. Y además, cuidarnos de las personas que quieren ocultar su necedad tratando de engañarnos con palabras ingeniosas que nada dicen. Y para apoyar esta idea, Critilo nos deja esta sentencia de León Gambetta, abogado y político francés: “Gran habilidad sin discreción, invariablemente tiene un fin trágico”.