EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Palabras de poder

Jacinto Faya Viesca

¡Dame siempre la razón!

¡O impongo mi punto de vista a otros, y se me tiene que dar la razón siempre, y si no, es que el otro o los demás no entienden las cosas!

En una columna anterior, habíamos descrito algunas manifestaciones de las personas que siempre quieren “tener la razón”. En esta columna aportaremos otros factores de esta enfermiza tendencia. Primero que todo, debemos saber que si bien el carácter de un individuo está formado por una serie de tendencias (algunas más fuertes que otras) y de una serie de emociones, la verdad es que cada una de estas tendencias no funciona de manera aislada, dejando intocados todos los demás factores que forman el carácter de una persona.

El carácter es un todo, una unidad, en el que sus partes encajan en el conjunto, pero cada parte o tendencia del carácter afecta la totalidad. Por ejemplo, el que quiere siempre tener la razón, se enfurece con aquel o aquellos que no se la dan. Pero esta cólera, contenida o expresada, colorea todo su carácter. Este tipo de individuos está dominado por un miedo permanente: si no se les da la razón, junto a su enfurecimiento les invade el miedo de nos ser considerados inteligentes o capaces en lo que hacen. Se puede tratar de un individuo con un trabajo muy modesto, pero al rechazarse su opinión, lo invade el miedo de no ser apreciado.

Ser altamente valorado es un rasgo del que pretende tener siempre la razón. Pero este rasgo afecta su carácter en su totalidad, por lo que su conducta en su trabajo y en sus relaciones personales es siempre dificultosa. Estas personas son expertas en estarse dañando constantemente a sí mismas, sin darse cuenta. Sus maneras dictatoriales y desconsideradas las vuelven muy poco sociables, y son torpes en conseguir la ayuda de los demás. Estos individuos están dominados por una desmesurada aspiración al prestigio, no importando que se trate del empelado más modesto, o de un alto funcionario público.

Se trata de personas que sienten la imperiosa necesidad de decir la última palabra. Si no gozan de autoridad para imponer su criterio, terminan diciendo: “Pues yo pienso así, y si no, hagan lo que quieran” y se retira o calla resentido. Pero si tiene autoridad, termina afirmando: “Esto se va hacer así, y punto”.

Este tipo de personas no se contentan con que su punto de vista triunfe, sino que junto a su triunfo se da en su inconsciente una “sed de venganza”: restregarle en la cara su triunfo al otro y humillarlo. Su sed de venganza se origina en la visión distorsionada del mundo que adquirió en los primeros años de su infancia. Como sus padres y el mundo fueron con él duros o fríos, él “tiene que vengarse” de lo que le hicieron, no importando que sus víctimas nada tengan qué ver en su pasado.

Si el que siempre quiere tener la razón y siente que no se la van a dar, se empieza a poner muy inquieto; puede llegar a manifestar su cólera o la contiene y deja de hablar por tan perturbado que se siente. Si al final no le conceden la razón se siente desairado y menospreciado, lo que refuerza su firme creencia de que las personas son injustas con él.

Critilo ha observado muy bien esta dolorosa y enfermiza tendencia. En todo déspota, soberbio y narcisista, se da siempre esta tendencia de querer imponer sus puntos de vista. Pero lo paradójico, es que este tipo de personas, a la vez que acarician permanentemente su falsa idea de “grandiosidad”, en realidad, se sienten pequeños, miedosos, y hambrientos de reconocimiento.

En la superficie, pareciera que los demás no le importan, pero en el fondo de su carácter, siente un hambre insaciable de que los otros lo consideren inteligente y muy valioso. Y sin darse cuenta, él mismo se encarga de que los otros no le reconozcan su valía, pues su conducta perturba su medio laboral y enfada a las personas con las que se relaciona.

“Tu arrogancia te engañó” (Jeremías, en la Biblia).

Para el que quiere tener siempre la razón, la conciliación, y más, la concesión, es un insulto a su grandiosidad. No le cabe en la cabeza, que a veces hay que perder algunas batallas para poder ganar la guerra. ¿Y cómo podrían actuar así, si ni siquiera están dispuestos a perder una simple escaramuza?

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 371057

elsiglo.mx