Nuestro doloroso vacío existencial
¡Estamos perplejos, impresionados, llenos de una candorosa esperanza, y a la vez, crónicamente temerosos, con agujeros insondables de un doloroso vacío existencial, perdidos, y desconcertados!
No es para menos: en veinte años vimos el derrumbe del Muro de Berlín; presenciamos la apertura económica y política de Rusia, nación que sepultó al comunismo; somos testigos de la apertura económica de China y de su inmenso crecimiento económico; azorados, no podemos admitir el asesinato de cientos de miles de civiles en Irak, por la ambición de quedarse con “los veneros del diablo”, como dijera nuestro poeta; nos maravillamos ante los sorprendentes avances de la ciencia y la tecnología; adoramos la informática como al nuevo dios; Estados Unidos sufre de una profunda recesión, consolándonos con el diagnóstico hecho por el super genial sabio de la política del mundo, Bush, al haber afirmado deslumbrantemente: “La recesión se debe a que Wall street se emborrachó y ahora está sufriendo la cruda de su borrachera”.
Pero todos los logros de la ciencia y la tecnología no han podido impedir que la mitad de la población del mundo (6,700 millones de personas) vivan unos, en la miseria, otros en la pobreza, y otros en hambruna crónica.
¿Y en la esfera personal de cada individuo? La crisis también se da: un materialismo que la población acepta como una nueva y excelsa forma de vida; materialismo que le pretende asegurar al que hace riqueza personal, que su valor como persona aumenta proporcionalmente a su dinero acumulado.
Un hedonismo, que reina brutalmente en las naciones ricas y en desarrollo; hedonismo que fomenta una vida en el torbellino de los placeres de la carne, el lujo, el alcohol sin medida, y el consumo de todo tipo de estupefacientes. Vivir en el desenfreno, en la compra de cuerpos y placeres, en la excitación máxima de los sentidos, es la divisa de una vida que en realidad es blandengue, disoluta, vacía, difusa, y enajenada.
Una vida en donde cada vez la permisividad se estira, vida en la que todo se permite, como si la moral, los valores, la buena voluntad no existieran. Dostoievski, una vez escribió: “Si Dios no existe, todo está permitido”. Nosotros diríamos: si la permisividad se extiende sin muros de valores que la contengan, la moral y los buenos propósitos nada valen y para nada sirven.
A la ética la sustituye la permisividad elástica; y como no sabemos en qué se sustenta esta permisividad, las personas imantan su brújula que ya no les puede indicar en qué dirección está el Norte. Si todo se permite, el hombre ya no encuentra límites, y al no encontrarlos, vive en un sitio que siempre será el centro, y al saber en su inconsciente que esto no es así, el hombre empieza a enloquecer y a tratar de apaciguar su locura con “más de lo mismo”.
Critilo nos advierte, que no podemos vivir sanos en un mundo donde “todo es relativo”: el amor a nuestra pareja y a nuestros hijos, el respeto a nuestras costumbres históricas y a nuestros valores morales. El caos personal continuará desgarrando nuestros corazones, si no nos decidimos de una vez por todas, a aferrarnos a nuestros valores morales y a nuestras más limpias formas de vida, que será lo único que pueda tapar el vacío existencial de nuestras vidas.